Colombia, un adolescente tozudo

Juan Manuel Ospina
26 de diciembre de 2013 - 03:16 p. m.

Colombia ya no califica para la ayuda de la cooperación internacional; el año que llega verá el cierre de muchos de sus programas.

En los mercados internacionales perdimos “la ventaja competitiva de los pobres”, la de los bajos salarios –nos arrasan el café vietnamita, las manufacturas chinas, para citar dos ejemplos bien conocidos- ; en nuestra oferta productiva, pienso en especial en productos agrícolas como los cítricos y los aguacates. Tenemos unas escalas de producción que exceden las posibilidades actuales de nuestro mercado interno con su limitada capacidad adquisitiva, menos que mediana en términos internacionales, a la par que la producción lograda es aún insuficiente para participar en un mercado internacional que exige cantidades sostenibles de productos, imposibles de garantizar en las condiciones y volúmenes de producción actuales. El resultado, agravado por un contrabando desde los países vecinos que no cesa ni disminuye, es una crisis de sobreoferta que deprime precios y arruina productores, especialmente agricultores.

Estamos en un estadio de desarrollo que nos asemeja a adolescentes que ya no son niños pero tampoco adultos. Aquellos a los que le queda chiquita la ropa, que ya no quieren ni pueden jugar pero que solo logran asomarse al mundo adulto desde la ventana, sin encontrar aun el camino para integrase a éste. Adolescentes que descontentos con su situación y consigo mismos, buscan a quien culpar, sumidos en la confusión de cómo enfrentar su realidad. Cualquier parecido con el país no es mera coincidencia.

Lo que si es claro es que en medio de tumbos y frustraciones sin fin, avanza el país “más feliz del mundo”. Tal vez porque somos una sociedad que rebosa energía, vitalidad, como buen adolescente y que no cesa de empujar, del “echar p’alante”, en medio de un enorme desorden producto de un individualismo inconmovible ante el cual los discursos que desde siempre han ofrecido proyectos productivos, que han hablado de propósitos nacionales, entran por un oído y de inmediato salen por el otro. Esta no ha sido tierra de caudillos exitosos. El alma colombiana es Santanderista y no Bolivariana, pragmática y conciliadora, Frentenacionalsita, si se quiere. La gran excepción contemporánea ha sido Alvaro Uribe, gracias a que supo capitalizar un estado de ánimo fuerte y atípico: el rechazo , “la mamadez” ciudadana con las Farc. Un grupo que nunca pudo identificarse, interpretar un sentimiento nacional.

Son reflexiones someras nacidas al calor del fin de un año complejo y del inicio de un proceso electoral que se plantea en las antípodas, de nuestra realidad y necesidades. Será el 2014 el año de la firma de un cese de la guerra? Lo que si está claro es que no estamos preparados para ello, y esa podría ser la circunstancia histórica para que, como sociedad entremos a la edad adulta, dejando atrás una turbulenta y estéril adolescencia.

Por el momento, permanecemos unidos en peleas de barriada, echándonos el dedo los unos a los otros; de espaldas a unos posibles acuerdos que si no sirve de punto de arranque en la mentalidad y el obrar de sus colombianos en su conjunto pueden quedar en letra muerta y el país en una situación aún más crítica de la que hemos conocido. Seguimos actuando como una adolescente desubicado y desorientado que ve pasar el mundo a su lado y no lo entiende. Que no sabe cómo diablos integrarse a él y hacerlo a su manera y no a empellones. La transición a la adultez, a la madurez de Colombia, ni se detiene, ni se devuelve. No hay más alternativa que asumirla con claridad en los propósitos y firmeza en el compromiso. Y hoy, la una y la otra brillan por su ausencia. En esta agonía de año invernal y frío, atípica y desconcertante, como el presente del país, es necesaria una buena dosis de optimismo y de esperanza en que finalmente en el 2014 tendremos el tino, la decisión y la suerte que se requieren para dar un paso definitivo hacia la madurez como sociedad.

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