Colombian psycho, de nuevo

Santiago Gamboa
18 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Creo ya haber usado este título alguna vez, pero la verdad es que resume mucho de lo que veo a mi alrededor en este incomprensible país, hogar de todas las contradicciones que puede albergar el alma humana, y en el que la razón convive con la estulticia y la ignorancia de un modo que, por decir lo menos, es conmovedor. Ejemplo de esto, entre muchos, es que el ciudadano medio, abotagado por la corrupción de la “gente bien”, esquilmado por una ley tributaria diseñada para extraerle hasta el tuétano mientras sea pobre o de clase media (si es rico lo beneficia), acosado en sus ingresos hasta niveles inverosímiles por las iglesias evangélicas (sobre todo si es pobre y con poca educación), burlado y atracado por los políticos locales (sobre todo si es pobre o de clase media, si es rico no), ignorado por los políticos nacionales (ídem), que debe cargar un celular viejo para cuando lo atraquen o, en su defecto, la denuncia del recién robado para que el atracador le crea que no tiene (y no le pegue un tiro), con un salario mínimo que es apenas una delgada línea entre la contratación y la esclavitud, con unas carreteras que, en su mayoría, son caminitos de los años 50, y cuando son buenas tienen peajes más caros que los de las autopistas europeas (pero entrando a pueblos y con bicicletas y gallinas al borde de la vía), y de remate, con una selección nacional de fútbol que hoy por hoy está fuera del próximo Mundial, y con Falcao lesionado, en fin, todo esto y mucho más que se me escapa, pero resulta que cuando a ese mismo ciudadano que vive a diario las siete plagas de Egipto le preguntan por su vida, dice que es feliz, ¡incluso muy feliz! Y como el espíritu sopla donde quiera, hay una encuesta mundial que afirma que los colombianos somos el segundo país más feliz del mundo, después de islas Fiyi, en Oceanía, donde rige una dictadura militar desde el 2006, pero en la que, hasta donde he podido saber, claro, no hay ni Odebrecht ni Centro Democrático ni gobernadores de La Guajira.

Qué extraña idea de la felicidad deben tener mis compatriotas, me pregunto al ver esto. ¿Sabrán a qué refiere eso de ser feliz, o responderán más bien con sorna? Podría ser. ¿Será un fenómeno de esquizofrenia colectiva? No es descartable. Si el paciente es Colombia, lo que le sucede a diario daría para un severo examen psiquiátrico. Veamos otros ejemplos: somos un país laico, pero el Congreso quiere decretar un jubileo para soltar a 40.000 presos por la visita del papa. ¿Y por qué no lo hicieron cuando vino Hollande? Para un país laico, el papa es un mandatario extranjero. ¡Sólo espero que el presidente Santos no se arrodille a besarle el anillo! Esquizofrenia pura. O el tema de los afiches de la primera campaña de Santos, con periodistas que le piden que renuncie… ¿Y cómo va a renunciar a su primer mandato si ya se terminó? Habría que convocar a una sesión espiritista, con un médium, para volver atrás. O hacer una dejación simbólica del poder, con lo cual tendríamos que modificar también la Historia y decir que Mockus fue el presidente en ese cuatrienio… Esquizofrenia pura e interesada. El único cuerdo en todo esto, por cierto, es quien muchas veces sí fue considerado loco: el gran Antanas Mockus.

 

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