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Color fufurufa

Columnista invitado EE
02 de agosto de 2015 - 02:00 a. m.

TODOS LOS MOVIMIENTOS DE ACTIvismo social, en el fondo, tienen un solo enemigo: las etiquetas.

Los ejemplos son muchos: La población LGBTI lucha para acabar con ese imaginario que la reduce a ser ‘pervertida’, ‘desvergonzada’ o una ‘caricatura ofensiva’; las comunidades afrodescendientes han peleado para borrar ese estigma injusto que las considera ‘inferiores’ y ‘peligrosas’; los inmigrantes latinos en EE.UU. trabajan para que señores como Donald Trump no los califique más como ‘criminales’ o ‘aprovechados’. Y la lista no para. Es una lucha histórica y multidimensional por el reconocimiento de la dignidad humana íntegra, por el derecho a ser como somos pero sin prejuicios ni etiquetas. ¡Y las mujeres sí que hemos dado una larga batalla a este respecto!, cansadas de que se nos trate como un género inferior, que la sociedad machista nos considere ‘manipuladoras’, ‘tontas’, ‘histéricas’, ‘subordinadas’ y un largo larguísimo etcétera. Con una sola palabra, nos reducen y descalifican. Toda nuestra lucha legal, social, cultural, económica, política se reduce a ganarnos los espacios que nos han quitado las etiquetas.

Así que no me parece una lucha menor la que algunas mujeres estamos dando contra la decisión de la empresa Masglo de bautizar los colores de ciertos esmaltes con nombres que nos parecen realmente humillantes y burlescos: ‘fufurufa’, ‘buscona’ o ‘morronga’, para poner algunos ejemplos. Para muchas es claro que estamos ante el mismo ejercicio que tanto daño ha hecho a tantas mujeres: jugar con etiquetas en apariencia inofensivas o meramente divertidas, pero que sólo contribuyen a refrendar prejuicios y con ellos a dar permiso a la violencia. Porque los prejuicios se transmiten de la manera más sutil, se disfrazan de inocencia, de chiste o, en este caso, de una mera estrategia publicitaria. Y así es como se enquistan, hacen un daño que apenas se siente pero que se acumula, y lo peor, se perpetúan.

Por eso es difícil hacer notar el veneno que está reproduciendo Masglo con cada esmalte que vende. Incluso compañeras de resistencia feminista no han logrado entender mi indignación y de diferentes maneras me señalan de incoherente. Y es que es sabido que yo me autodenomino ‘una mujer putamente libre’, y digo que soy ‘puta ¿y qué?’, que sostengo que en el imaginario social siempre seremos ‘putas por sospecha’. Que le grito a este mundo que considera que toda mujer libre es “puta” y lo dice convencido que está señalando la mayor perversión de una mujer. Lo hago como un ejercicio para resaltar que la palabra puta siempre será usada para ofendernos y castigar nuestra libertad y el uso de nuestro derecho a decidir. Lo hago porque he decidido abanderar la etiqueta de puta para quitarle el poder con el que pretenden callar, aterrar o someter a las mujeres. Pero sea cual fuere la razón por la que la use, sólo yo y quien yo lo permita puede usar esa palabra para referirse a mí. La razón es que una cosa es la palabra como identidad propia, usada por una persona o grupo para reivindicarse a sí misma o para la razón que sea y otra cosa es esa misma palabra para etiquetar o identificar. Me explico con un ejemplo: No es lo mismo que una afrodescendiente se llame a sí misma ‘negra’, o que ese calificativo sea usado cariñosamente por una persona que la respeta, a que esa misma palabra sea esgrimida contra ella como una etiqueta ofensiva.

No es lo mismo hacer una resignificación consiente de las palabras como apuesta política, que la perpetuación de las palabras que nutren imaginarios negativos. Aunque se trate de la misma palabra, la intención y efecto son contrarios. No es lo mismo ‘atrás que en las espaldas’, señoras y señores. No es lo mismo.

Por eso para mí esta polémica no es un asunto de meras palabras. Es un asunto de contexto. Tengamos presente que en el contexto colombiano esas palabras han sido usadas para insultar y maltratar. Muchos hombres nos violentan a las mujeres por considerar que nos merecemos un castigo por ‘fufurufas’, ‘busconas’ o ‘morrongas’. Todos los días una mujer es violentada con una de esas palabras y cada semana una es asesinada por quien la considera ‘buscona’: miren el caso en Cartagena de la mujer que fue sometida a una golpiza por su pareja, castigándola por “morronga”, por no aceptar tener un trío sexual.

Los nombrecitos de esos colores pueden ser muy ‘divertidos’ y ‘vendedores’, según la empresa, pero no lo son para esas mujeres que denuncian cada cuatro minutos un episodio de violencia verbal en el cual se utilizan palabras como esas que tanto enorgullecen a los publicistas de Masglo; tampoco son palabras inofensivas para esas mujeres que son violadas con la excusa de que parecían ‘fufurufas’, ‘busconas’ o ‘morrongas’. Que no venga Masglo a pretender convencernos, como lo dijeron sus voceros, de que el término ‘buscona’ hace referencia a mujer en busca de oportunidades’. No somos estúpidas como para tragarnos semejante fantochada. Las campañas publicitarias con un sentido educativo y de resignificación nunca las vimos antes de esta confrontación y las mujeres que somos mucho más inteligentes que lo que Masglo supone sabemos que su “resignificación” es una simple respuesta sacada del estadio. Los señores de Masglo tienen el cinismo de llamarse ‘poetas Masglo’ mofándose una vez más de nuestros reclamos.

Propongo que todas las mujeres dejemos de comprar sus productos hasta que cambien los dichosos nombrecitos. Yo lo haré por solidaridad y respeto a todas las mujeres golpeadas, estigmatizadas y ofendidas, por todas las ‘fufurufas’ a las que han violentado por ‘busconas’.

Es humano errar y de bestias no reconocerlo. Masglo no quiere tener la humanidad de reconocer el daño que causan las etiquetas de sus esmaltes y lo hace por soberbia; por eso ha decidido ser una gran bestia que perpetúa imaginarios violentos en la vida de las mujeres.

* Ideóloga, Feminismo Artesanal.

 

 

 

 

 

 

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