El miedo, esa es el arma

Beatriz Vanegas Athías
07 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Tengo miedo, así tituló la poeta colombiana María Mercedes Carranza su segundo  libro de poemas. El poema que da título al libro es demoledor en los catorce versos que lo componen, cito aquí, los que considero más intensos: “Procuro dormir con la luz encendida/ y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones. / Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel/ para que de nuevo se adueñe de mí el espanto/”

Así estamos: plenos de miedo.  Miedo al jefe y a contravenir sus arbitrariedades porque podemos perder el empleo y estamos convencidos de que está muy difícil conseguir trabajo. Miedo a tomar un nuevo rumbo, a decir una palabra nueva, a plantear una idea nueva. Miedo al compañero de trabajo servil que no duda en hacerte quedar mal para ganar indulgencias ante el superior. Miedo a abandonar al maltratador.

Mientras pensaba en el tema de esta columna, escuchaba a una profesora afirmar: “La evaluación formal es completamente inevitable”, quiso decir ella la prueba escrita, como si la única manera de educar y de constatar que un estudiante crece intelectualmente o habita el mundo fuera a través de la escritura. Miedo a pensar la educación más humanamente porque la Rectora necesita que suban los promedios en las Pruebas Saber.

Así vivimos: envalentonados ante el cambio, pero en el fondo es una invasión del pánico que nos impide ser. Muy a menudo el miedo a un mal nos lleva a realizar uno peor, afirmó el poeta francés Nicolás Boileau. Y el mal surge muchas veces de nuestra mirada descontextualizada. Por eso, porque muchos creyeron que se iba “homosexualizar el país”; porque muchos temieron al castro chavismo en un país como Colombia cuya historia republicana ha sido escrita pero con desfalcos por parte de  los partidos de la derecha institucionalizada, es que jugamos del lado perdedor, el juego del bipartidismo que hoy se metamorfosea en Cambio Radical o en el funesto Centro Democrático.

El miedo invade a México, a Francia, a Inglaterra, a Estados Unidos, a España. Por ello viran a la derecha, con toda la historia siniestra de dictaduras y violaciones de derechos humanos que tiene a sus espaldas. No es posible, cuando estamos llenos de miedo tomar una decisión coherente y ponderada. Cuando somos niños nos llenan de miedo: a la oscuridad, a los hombres, a caminar solas por ahí. Florece ante este cultivo del pavor, el sentimiento del odio. Todo aquel que odia ha estado antes sometido a profundas cargas de temor. Eso ha hecho la religión cristiana: nos hace temer a nuestro cuerpo, nos hace temer al placer, nos llena de culpas y se nos dice que somos malos y pecadores. Así educados, es imposible ser libres y justos. Nos hacemos peligrosos. Porque como dijo Lidwig Borne: “La persona más peligrosa es una que está llena de miedo; esa es a la que hay que temerle más”.

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