Sombrero de mago

Ética pelética y peluda

Reinaldo Spitaletta
07 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

No sé cuál será la gracia (debe ser más bien una desgracia) de pertenecer a una colectividad política dirigida por alguien que posa de autista, rodeado de parapolíticos, de acusados de delitos contra el Estado, de corruptos y otra suerte de gentes de poca fiabilidad y honorabilidad, y a cuya figura de jefe todo le resbala.

Dentro de sus “colaboradores” y conmilitones hay prófugos de la justicia, ‘paracos’ sin arrepentimientos, exministros de baja calaña. Y los que han provocado desplazamientos forzados, “falsos positivos” (que puede ser una atroz manera de hacer carrera presidencial) y montajes de desmovilización de un presunto bloque de “la Far”, en tiempos en que el “mesías” era el presidente y el comisionado de paz de aquellos días oscuros era Luis Carlos Restrepo, alias el “doctor ternura”.

Si no del todo risible, no deja de ser una especie de payasada que sea un exfuncionario, que se prestó para una farsa con guerrilleros de uñas pintadas y melenas bien aplanchadas, el que le diga a su expatrón que el Comité de Ética (¿?) del Centro Democrático investigue al excandidato presidencial de ese partido por su conexión con el escándalo Odebrecht.

“Admitiendo que el Dr. Zuluaga desconocía de los pagos paralelos que al parecer hizo la empresa brasilera Odebrecht al asesor ‘Duda‘ Mendoça, se configura de todas maneras de su parte una falla ética”, le escribió Restrepo en una carta a Álvaro Uribe Vélez.

Y de pronto, la ética comenzó a ser interesante en ciertas toldas politiqueras. No sé si agotarían los tratados al respecto de Aristóteles o los de Baruch Spinoza. Ante la avalancha de acontecimientos que desnudan la venalidad y corruptelas de una caterva de exfuncionarios, excandidatos y aspirantes a candidaturas, provocada por los sobornos de la transnacional brasileña Odebrecht, la ética, una disciplina filosófica de alta complejidad, se puso en boga entre los sorprendidos implicados y en sus cercanías.

Las coimas de Odebrecht, que apenas comienzan a conocerse en extensión y profundidad, pusieron en evidencia una antigua “cultura” de la corrupción de un régimen como el colombiano, con una vasta historia de desfalcos, peculados, fraudes y otras porquerías.

Y ahora, ante las actuaciones del excandidato Óscar Iván Zuluaga en 2014 con respecto a una empresa extranjera contratista del Estado colombiano, ante “la falla ética” (tal como la califica el excomisionado uribista de paz), algunos de sus correligionarios se lavan las manos. Bacano, como dijo un universitario, que se preocupen por la ética. Lo que pasa es que no deja de ser toda una puesta en escena de mala calidad.

Qué tal, por ejemplo, que en otros días el entonces presidente y su ministro de Defensa (hoy presidente) hubieran aplicado la ética en los casos de “falsos positivos”, en los horrendos montajes y asesinatos que dieron al traste con la vida de unas tres mil personas que nada tenían que ver con la guerrilla.

Qué hubiera sucedido si, digamos, la ética hubiera estado presente desde la Presidencia en casos como el del profesor Alfredo Correa de Andreis; o en la súplica que un alcalde le hizo al hombre que le da por hacerse el desentendido: “¡señor presidente, a mí me van a matar!”. Y qué ética ni qué carajos. ¿Qué hubiera sido lo ético en esos casos de parte de la presidencia? ¿Y qué lo ético en los recortes a los derechos de los trabajadores con una reforma que los agobió y puso en condiciones de depauperización?

¿Qué de ético hay en que un presidente, como el que en apariencia no se enteró de las malandanzas de los que él llamaba sus “buenos muchachos”, diga que ‘la pereza es la que mata a Colombia’, y así justificar su política en contra de las reivindicaciones de trabajadores, a los que recortó horas extras, conculcó derechos y aumentó sus desventuras?

¿Qué hubiera sucedido si la ética, ahora tan cacareada, se hubiera aplicado en Agro Ingreso Seguro? ¿O en los contratos de infraestructura más costosos en la historia del país? A la hora de aceptar los sobornos y las comisiones, la ética parece irse al carajo. O a la basura, que, por lo demás, es un buen negocio para herederos de expresidentes.

Los “buenos muchachos” del uribismo (algunos, ya no tan jóvenes) siguen con sus tropelías (no es que los de otros partidos, como Cambio Radical, estén exentos) y el tambor mayor ni se da por enterado. Alguien, quizá un tratadista de ética, decía que “hay que vivir de modo que tus amigos puedan defenderte pero nunca tengan que hacerlo”.

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