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Debate

J. William Pearl
05 de febrero de 2013 - 11:53 a. m.

La semana pasada, el Presidente Santos volvió a poner sobre el tapete el debate sobre la legalización de las drogas ilícitas.

Desde que se posesionó, el Presidente ha sembrado la semilla de un debate necesario, dando puntadas prudentes y aún sin mostrar todas las cartas.
Es posible, en nuestro país, que ha sufrido todos los impactos negativos posibles de la violencia del narcotráfico, plantear y tener un debate a fondo y con altura sobre este tema?
Probablemente hoy no, lo cual no significa que el debate no sea necesario. Por eso los pronunciamientos del Presidente son tan significativos.

Como todos los temas en la vida, el problema de los narcóticos viene empaquetado y cada una de sus dimensiones es compleja. Su legalización puede debatirse desde la moral o la religión; desde la seguridad, criminalidad y lucha contra el terrorismo; desde la perspectiva de salud pública; desde la diplomacia; desde la perspectiva cultural o de influencia sobre el acervo de capital social. También es un tema económico y está relacionado el desarrollo rural y la sostenibilidad ambiental, entre otros enfoques.

Dada la complejidad del tema, que es evidente, la forma como el gobierno plantee el debate es fundamental para avanzar en él. La legalización de las drogas ilícitas despierta grandes pasiones: es posible que muchos colombianos tengamos prejuicios y no estemos dispuestos a escuchar una posición diferente a la nuestra. Creemos que tenemos la razón. Millones de personas han sido afectadas directa e indirectamente por este fenómeno y han visto sufrir a sus familiares y amigos por causa de la adicción. Otros son huérfanos y viudas de valientes ciudadanos que se enfrentaron a las mafias de la droga y pagaron con su vida. El dolor, la rabia y el miedo rondan el debate y aunque estos sentimientos son legítimos y comprensibles, no son los filtros que nos permitirán avanzar en la búsqueda de una solución al problema.

El objetivo del debate sobre la legalización de la droga debe ser encontrar un esquema que minimice los impactos negativos de ese fenómeno en nuestra sociedad y lograr un consenso en relación a las posibles soluciones.

Después de décadas de enfrentar por la fuerza y la justicia a las mafias, hoy es evidente que esa fórmula de dos ingredientes es insuficiente, necesitamos hacer algo distinto. Nuestro saldo negativo en esta batalla va desde los asesinatos de Galán y Lara Bonilla, pasando por miles de soldados y policías, jueces y magistrados hasta ciudadanos desprevenidos muertos por una bomba. Miles de millones de pesos gastados a lo largo de muchos gobiernos en contener un negocio que sigue siendo rentable.
En nuestro saldo a favor, hay muchos resultados que mostrar: grandes capos dados de baja o privados de la libertad, miles de extraditados, centenares de organizaciones criminales desarticuladas, miles de toneladas de coca incautadas. Una fuerza policial reconocida a nivel mundial por sus resultados. Sobre todo, un país digno y valeroso. A pesar de ello, el negocio continúa, nada de eso ha sido suficiente para ganar la batalla contra las drogas. Y no lo será mientras no le agreguemos otros ingredientes a la fórmula de fuerza más justicia.

Transformemos nuestro dolor, nuestra rabia y nuestro miedo en un estandarte de autoridad para impulsar un debate necesario para Colombia y para el mundo. Seamos realistas, reflexivos y audaces. Aun sabiendo que ninguna fórmula es mágica ni completa para resolver este tema, es necesario estar a la altura de lo que necesita Colombia: un debate serio, completo y profundo para dar el siguiente paso en la solución de este problema. Así, estaremos allanando el camino para que las próximas generaciones de colombianos paguen menos costos de los que hemos tenido hasta ahora.

 

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