¿Matar a Hitler?

Arturo Guerrero
14 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

El complot Stauffenberg fue el más importante de los atentados para matar a Hitler. Sucedió en la fecha de nuestra independencia, un 20 de julio. Ese mismo día de 1944 fue fusilado sumariamente el coronel Claus von Stauffenberg al fracasar en el intento.

Él lo planificó, dirigió y ejecutó, pero una gruesa mesa salvó al Führer de la bomba con un kilo de explosivo plástico. La retaliación fue espantosa. Sus hermanos fueron estrangulados lentamente con cuerdas de piano. Más de 5.600 personas, asesinadas por las SS.

Declarado traidor a la patria, no valieron nada ni sus heroísmos de guerra ni su estirpe aristocrática. Era hijo de conde y condesa, llenos de castillos. Hitler ordenó desenterrar sus restos para incinerarlos en un campo de concentración. Años después de la guerra fue considerado héroe de la resistencia antinazi.

¿Matar al tirano? ¿Hay algo nuevo que decir al respecto más allá de lo que la humanidad ha debatido y llevado a cabo a lo largo de la catástrofe que es la historia?

Sin duda el problema es ético, antes que político. Estriba sobre la licitud del acto. Pero el acto no es simple, se lleva de por medio la vida o la muerte millones de personas. ¿Qué vale más, la vida del individuo opresor o la vida de la multitud de sus víctimas?

Matar a Hitler era asesinar a un ser humano. Todo ser humano mantiene su dignidad y su derecho a la vida independientemente de la forma como oriente su comportamiento.

Pero lo mismo se diría de las muchedumbres llevadas a la muerte por el líder nazi. La simple contabilidad juega en contra del verdugo alemán: una vida contra millones de ellas. ¿Todas merecen respeto por igual?

Antes del Renacimiento italiano del XVI, el dilema se resolvía sin parpadear. La ley moral recibía bendición como absoluta e indiscutible. Pero apareció el florentino Maquiavelo e inauguró el realismo político. Una cosa es lo ideal, otra lo real. Así nació la ciencia política moderna.

Hace diez años el Nobel de literatura sudafricano J. M. Coetzee disertó sobre Maquiavelo en su atípica novela ¨Diario de un mal año¨. Un escritor setentón –¡de quien se sospecha que es colombiano!- es invitado a dar ´opiniones contundentes´ sobre problemas contemporáneos polémicos, ¨sobre lo mal que va el mundo de hoy¨.

¨La necesidad, ´necessitá´, -afirma- es el principio rector de Maquiavelo… establece que infringir la ley moral está justificado cuando es necesario… El mundo está regido por la necesidad, dice el hombre de la calle, no por un abstracto código moral. Tenemos que hacer lo que tenemos que hacer¨.

La quintaesencia de lo maquiavélico, ¿cómo puede algo estar a la vez bien y mal, ser justificado e inmoral?, es también la quintaesencia de lo moderno. Y ha sido concienzudamente absorbida por el hombre de la calle. Tanto, que abogados forrados en la plata del éxito declaran sin empacho que derecho y ética no tienen nada que ver.

Coetzee sella su opinión contundente con una recomendación sobre cómo arrinconar a Maquiavelo: ¨atacar la condición metafísica, supraempírica de la ´necessitá´ y mostrar que es fraudulenta¨.

arturoguerreror@gmail.com

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar