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Claustrofobia

Aura Lucía Mera
23 de mayo de 2023 - 02:05 a. m.

Reconozco que no me gusta sentirme encerrada. Necesito tener un horizonte. Nunca uso un blackout y no me gustan las cortinas pesadas ni nada que tape la luz. Cuando viajo en avión me tomo un Xanax, no por miedo a la muerte sino porque estoy atrapada dentro de un tubo en el aire. Los túneles largos me parecen tenebrosos y el metro me produce sudor en las manos porque voy encerrada debajo de la tierra.

No me gustan los ascensores. Cuando trabajé en el piso 31 del edificio de Proexpo en Bogotá llegaba sudando y con taquicardia. Me asomaba por la ventana que daba al circo y los elefantes parecían enanos. El estómago se me encogía y no podía concentrarme. Dejé de ir y me echaron con toda la razón. Recuerdo cuando el director de apellido Schlesinger se quedó atascado un día en el ascensor y todos los funcionarios aplaudían porque nadie lo quería.

En fin, nunca cierro con llave nada, ni la puerta de mi cuarto. Odio cuando en un restaurante la cerradura del baño se demora en abrir. Si el cuarto del hotel no tiene ventanas (me ha sucedido varias veces), armo tal despelote que me lo tienen que cambiar. En el colegio me dejaban castigada todos los sábados haciendo planas bajo la mirada escrutadora de alguna monja. Yo miraba esos ventanales que mostraban los potreros del Valle del Lili imaginando cómo escapar y salir corriendo. Libertad, libertad, libertad…

¿Por qué saco estas cosas tan nimias y que a nadie le interesan de mi vida? Porque esto me está pasando con Colombia. No el país que amo, con dos océanos, selvas, llanuras, planicies, país privilegiado. No por el Gobierno, con sus aciertos y errores. No por el pésimo estado de las carreteras. La claustrofobia la siento cuando leo los periódicos nacionales o me toca ver algún noticiero de televisión. Todos como gallinas mierderas preocupadas y enfocadas en sus granitos de maíz. Titulares, columnas de opinión, editoriales, tuits, hablando y escribiendo siempre de lo mismo, como en una noria: que si Petro, que si Francia, que si tal o cual senador, que si Gaviria o Pastrana, que si la avioneta, que si Shakira y sus canciones, que si Uribe es o no es, que si Fedegán, que si…

Todo es sobre nuestro país, nuestro pequeño mundillo de rencillas y egos, de víctimas y victimarios, de bancadas politiqueras. El mundo y los otros países no existen, no hay páginas ni crónicas internacionales, apenas cuando se refieren al fútbol. Solamente nos miramos el ombligo, estamos atrapados en nuestra historia y lo demás no tiene importancia. Somos un corcho (perdón, exministra) en un remolino sucio y sin horizonte. Se necesita un tifón o un terremoto que mate a cientos de personas o un escándalo sexual pesado para que la prensa, la televisión, la radio salgan a conceder algún comentario. Nos quedamos encerrados, todos los periódicos se repiten con la misma cantaleta, no se informa de nada que esté fuera de nuestras narices. Nosotros como país solo existimos para el mundo como un lugar violento y peligroso; de resto, pues nada.

Creo que la libertad de expresión no se trata de que los comunicadores nos sigamos sacando los ojos sin otros temas que abran horizontes. La libertad de expresión y la famosa libertad de prensa residen precisamente en informar lo que sucede más allá de las fronteras, hechos, opiniones, noticias. Si no salimos del cascarón en que estamos metidos, jamás podremos cambiar en nada porque seguimos sin saber de dónde venimos ni para dónde vamos. “Oh, noria inmarcesible, / oh, círculo inmoral”.

Cada vez que viajo siento que respiro. Sí existe un universo, sí existen otros países, otros horizontes, otros problemas, otras maneras de pensar. En todos sus periódicos y noticieros hay espacios para los acontecimientos globales. Respiro leyendo otros periódicos, respiro leyendo otros libros, respiro sabiendo que “el mundo es ancho y ajeno”. Y deseo, porque soñar no cuesta nada, que algún día salgamos de esta cárcel mental llena de barrotes invisibles pero agobiantes que nos impiden mirar más allá.

 

Sebastián Velásquez(26455)18 de junio de 2023 - 09:33 a. m.
No estoy de acuerdo con la línea central del texto. Si algo ha caracterizado nuestra historia es precisamente tener los ojos muy abiertos a lo que pasa en los "sí" importantes centros de poder. En Colombia informan de la nevada en NY y del verano francés, desde siempre y sin vergüenza ni autocrítica a esa postura aspiracional y arrodillada. De esta forma, curiosamente, muchos colombianos comprenden mejor el conflicto israelí que lo que pasa hace 40 años en las comunas de Medellín, por dar un ej.
Pilar(23057)08 de junio de 2023 - 07:02 a. m.
Gracias por expresar lo que tanto nos está agobiando como sociedad. Esos grandes escándalos semanales que solo borran los otros nuevos y que los presentan como la caída del país en un hueco sin esperanza ni futuro. Pero los medios son intocables y están por fuera de la autocritica.
Edgar(68132)28 de mayo de 2023 - 12:45 p. m.
Columna que oxigena el ambiente cerrado y tóxico de nuestro día a día.
luis(46988)24 de mayo de 2023 - 12:47 a. m.
Caracol y RCN ,siempre lo mismo , solo buscan atacar a Petro ,ya no miro estos noticeros , esos si provocan claustrofobia.
  • H. Callejas(4167)24 de mayo de 2023 - 12:42 p. m.
    Pobre Petro, pobre Luis
MARIA(35958)24 de mayo de 2023 - 12:41 a. m.
EXCELENTE columna
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