Y sigue planeando, volando más alto que nunca. Ahora nos llega en edición de lujo. Se vistió de gala para su cumpleaños. Medio siglo de la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal: Cóndores no entierran todos los días. La mejor novela escrita sobre la violencia en nuestro país. No en vano es un clásico de lectura en colegios y universidades.
Lo que no sabía era que esta novela se gestó y parió en Torobajo, Pasto. Gustavo se acababa de graduar en Literatura de la Universidad del Valle, como lo escribe en su prólogo para esta edición.
Le cedo la palabra: “Y la frustración por no haber sido seleccionado para actuar como docente en la misma universidad donde me había graduado y ejercido durante mis dos últimos años como monitor quedó plenamente compensada con mi llegada a Pasto”.
“Hoy, 50 años después, pienso que si no me hubiese ido a vivir a Pasto no habría escrito con tanta facilidad y entusiasmo una novela como Cóndores ni hubiese terminado La tara del papa”.
“Pasto fue el sitio y el clima ideal para retroalimentarme en mis recuerdos y versiones. Mi capacidad de imaginación se desbordó”.
“Mis años allá resultaron ser, con el tiempo, los más inolvidables y felices de mi vida. Volví muchas veces mientras mi averiado corazón me lo permitió. Ahora, cuando solo anhelo poder volver a recorrer sus espacios, cuando solo guardo añoranzas por la tierra bendita que me amparó mientras escribía Cóndores y se celebran 50 años de la primera edición de esta obra, no he pensado en otra cosa que cantarle desde lejos a Pasto. Oyendo en la memoria sus campanas, sintiendo soplar el viento frío y húmedo de los eneros de Carnaval o cortando con mi cabeza el ventarrón helado y seco de agosto, cabeceo sin cesar para decir una vez más que si no me hubiese ido a vivir a Pasto no me habría metido en aquel cubículo de la ciudad universitaria de Torobajo ni escrito Cóndores no entierran todos los días”.
Vuelvo a leer Cóndores. Me corre un sudor frío por los huesos. Más de 4.000 seres asesinados a sangre fría. El Cóndor, hijo de empleado de ferrocarril, dueño de una tienda de quesos, adicto y adepto a su glorioso Partido Conservador, rezandero, sin empuñar él mismo un arma, desangró Tuluá y el norte del Valle. Creó el primer grupo paramilitar en el país. Jamás fue condenado. Recibió la Cruz de Boyacá de manos de Rojas Pinilla y 70 años después Colombia sigue desangrándose. Ya no es un cóndor... son cientos de aves de rapiña sedientas de sangre. ¡Qué espanto!
Gustavo Álvarez Gardeazábal. Cali, la sociedad de la Orden del Bramadero, nunca le perdonó sus verdades de a puño. Trató de hacerle la vida imposible. No lo consiguió. Es uno de los escritores más importantes de Colombia. El primero que logró hacer ficción de la realidad y sus crónicas siguen punzantes, quitando máscaras, llamando las cosas por su nombre. Lo quiero por irreverente y valiente. Lo admiro como escritor por esa prosa tajante y limpia, como el filo de una navaja. Preciso como un bisturí. Cóndores, ¡un libro inmortal!