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‘Es que’ no asumo mis errores

Camilo Camargo
04 de abril de 2024 - 02:00 a. m.

En un mundo que avanza a pasos agigantados hacia la globalización y la interconexión, la responsabilidad personal y colectiva emergen como pilares fundamentales en la construcción de una sociedad equitativa y consciente. Hace un par de semanas compartí ideas en el artículo “La culpa es de otros” sobre como la incapacidad para aceptar errores y asumir responsabilidades es una tendencia preocupante no solo entre jóvenes y sus familias, sino también en contextos políticos y empresariales. Entrando de forma más profunda al tema de cómo abordamos la aceptación de nuestros errores, este artículo busca resaltar cómo la manera en que comunicamos nuestros errores, nuestras excusas prefabricadas y nuestra inclinación a esquivar la responsabilidad, no solo reflejan nuestras inseguridades individuales, sino que también delinean el panorama social en el que estamos inmersos. La frase “es que” se ha convertido en el preludio de justificaciones que desvían la culpa, una práctica tan arraigada en nuestra cotidianidad que su análisis y comprensión se tornan esenciales para promover un cambio cultural significativo.

La forma en que empleamos el lenguaje en situaciones desafiantes no solo refleja nuestras preferencias lingüísticas, sino que también actúa como un indicador de nuestra voluntad para aceptar responsabilidades. Utilizar frases como “se rompió el vaso” en vez de “rompí el vaso” puede parecer menor, pero revela una tendencia a evitar enfrentar directamente nuestras acciones. Este comportamiento lingüístico, aunque pueda parecer trivial, es en realidad un síntoma de una tendencia más profunda y generalizada de eludir la responsabilidad personal. Ejemplos adicionales, tales como justificar la impuntualidad con excusas como “el reloj se adelantó” o eludir la responsabilidad por objetos perdidos con frases como “las cosas desaparecen”, demuestran cómo la evasión se ha integrado en nuestro día a día. Estas formas de expresión no solo son evasivas, sino que también nos privan de la oportunidad de aprender de nuestros errores, creciendo así personal y colectivamente.

La transición entre nuestra tendencia a usar un lenguaje que evade la responsabilidad y el fenómeno del “es que” en entornos educativos, se fundamenta en cómo las pequeñas elecciones lingüísticas se manifiestan en patrones de comportamiento más amplios. Un claro ejemplo de cómo evitamos asumir responsabilidades es la frecuente invocación del “es que” como una introducción a nuestras excusas. Este patrón se observa no solo en acciones menores, como la evasión de tareas escolares debido a “circunstancias externas”, sino también en situaciones más complejas. Por ejemplo, la negación de la responsabilidad personal en situaciones de conflictividad entre pares, con excusas como “es que me provocaron primero”, o el desafío a la autoridad, justificado con “es que la regla no es justa”, evidencian cómo desde jóvenes aprendemos a desplazar la culpa. Estos comportamientos, que van desde la justificación de la impuntualidad por supuestos imprevistos hasta la atribución de nuestros errores a factores externos como “es que no me explicaron bien la tarea”, son reflejo de una cultura que prioriza la evasión sobre la aceptación de las consecuencias de nuestras acciones, desafiando así los principios básicos de la educación en valores y la ética.

La admisión directa de nuestras faltas podría fomentar un entorno de honestidad y responsabilidad, donde cada individuo se siente empoderado para reconocer y rectificar sus errores, contribuyendo a una sociedad más madura y comprensiva.

En el ámbito escolar, el desarrollo de una cultura de responsabilidad personal y colectiva debe comenzar por incorporar programas educativos diseñados para subrayar la importancia de reconocer y aceptar las consecuencias de nuestras acciones. Los educadores y el personal escolar deben ser modelos a seguir, admitiendo abiertamente sus errores y demostrando cómo pueden rectificarlos. Además, es crucial establecer mecanismos de retroalimentación que animen a los estudiantes a reflexionar sobre sus fallos de manera constructiva. Este entorno debe promover la seguridad emocional, permitiendo que los estudiantes entiendan cómo sus acciones afectan a otros y aprendan la importancia de la responsabilidad.

En casa, el papel de los padres y cuidadores es igualmente vital. Deben esforzarse por usar un lenguaje que refleje la aceptación de responsabilidades, corrigiendo y guiando a sus hijos a través del ejemplo. Esto significa admitir sus propios errores frente a sus hijos y discutir abiertamente las consecuencias de estos actos. Al hacerlo, no solo enseñan a los niños a ser responsables, sino que también fomentan un entorno de honestidad y confianza. La colaboración entre el hogar y la escuela en estos esfuerzos puede reforzar significativamente el mensaje de que asumir la responsabilidad personal es fundamental para el desarrollo de una sociedad empática y consciente.

El fomento de una cultura que abrace la responsabilidad personal y colectiva es un camino indispensable hacia el desarrollo de individuos íntegros y una sociedad más justa. La educación, tanto en las instituciones educativas como en el hogar, juega un papel crucial en este proceso, modelando comportamientos y comunicaciones que reflejen honestidad y responsabilidad. Solo a través del compromiso conjunto de educadores, padres y la sociedad en su conjunto, podemos esperar construir un futuro donde prevalezcan la empatía, la ética y la integridad. Este esfuerzo conjunto no solo nos preparará para enfrentar nuestros errores de manera constructiva, sino que también pavimentará el camino para una convivencia más armoniosa y respetuosa.

 

Chirri(rv2v4)05 de abril de 2024 - 07:05 a. m.
Así lo quiso dios, y ajá, el amor a la patria. de nuestros más grandes asesinos, es más grande que los Montes de María. ¡Ave maría pues ome!
Mario(196)04 de abril de 2024 - 07:23 p. m.
En mi opinion ese es solo el síntoma de una tendencia diferente. Una sociedad maniquea, acostumbrada a señalar con el dedo, a asignar culpas, y distribuir castigos crea individuos siempre a la defensiva. En lugar de proponer espacios de reflexión, de aprendizaje y de crecimiento personal, vivimos en un sistema punitivo, donde no hay espacio para los errores y cualquier equivocación lleva su castigo.
RAMON(31031)04 de abril de 2024 - 05:47 p. m.
Petro jamás leerá esta columna , lo suyo no es aceptar responsabilidades y reconocer errores , es un catre que ni para eso sirve.
Atenas(06773)04 de abril de 2024 - 01:38 p. m.
Cuán interesante columna q’ toca los entresijos del x qué el país anda tan jodido, o llevado del pu……Y cómo no ha de ser así si tanto gusta la cultura del atajo, de lo inmediato, de darlo todo x sentado como suele pregonarlo la izquierda, ideología esta q’ no conjuga 2 excepcionales términos q’ hacen la diferencia: Esfuerzo y Proceso, entonces mejor echamos mano de las excusas, como la q’ anotas, o el socorrido “qué pena con Ud.”. Procrastinar encanta y seduce.No vamos al grano, al punto.Atenas.
Carolina(69477)04 de abril de 2024 - 12:18 p. m.
De acuerdo con lo expuesto. Considero que en el entorno laboral, la justificación permanente de los errores y fallas que se presentan, desplazando la responsabilidad en otras personas o en las circunstancias, demuestra una incapacidad para el cargo que se ostenta, en últimas, que no tiene control de sí mismo ni de lo que le rodea y por lo tanto, no está a la altura que se requiere.
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