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La inseguridad y el lenguaje policial

Carolina Sanín
14 de septiembre de 2020 - 12:45 p. m.

Hace dos días oímos y leímos en sendos (adjetivo que significa uno de cada uno, y no “grandes”) comunicados de la alcaldesa de Bogotá y de su secretario de Gobierno, ante los hechos recientes de abuso policial, un colosal disparate: que se iba a “ofrecer perdón” a las víctimas. Lo que querían decir era que se iba a pedir perdón a las víctimas, por supuesto —pues no creo que estuvieran diciendo que las víctimas (los asesinados y sus familias) necesitaran que se las perdonara—, pero efectivamente dijeron lo contrario. Para explicar el desliz compartido, puedo imaginar que alguien un día les dijo a los funcionarios del gobierno local que lo correcto era decir “ofrecer disculpas” en lugar de “pedir disculpas”, y que desde entonces ellos, llenos de inseguridad, le han chantado el “ofrecer” al “perdón”, para terminar —sin detenerse a pensar por un instante en qué es perdón, ni en qué significa ofrecer algo, ni en cómo el ofendido concede y no recibe el perdón— diciendo una barbaridad.

En una extraña búsqueda de sofisticación, que los aparta de la expresión común para buscar autoridad y majestad, los miembros del gobierno y de la fuerza pública retuercen las palabras. Es así como dicen “femenina” en lugar de “mujer”, “individuo” (o “sujeto” o “particular”) en lugar de “persona”, etcétera. El uso de esos términos separa al hablante de su referente —pues la imaginación concibe menos bien a un ser humano al que se le llama “el particular”— y contribuye a la erosión y a la enajenación del primer bien público, el que todos compartimos, que es la lengua materna.

Hace unos meses conté en Twitter que un vigilante de un almacén (o sea, un miembro de un cuerpo parapolicial) me había pedido, al verme entrar al almacén con mi perra, “Colabóreme con el canino” en lugar de pedirme que sacara a la perra, y que yo lo corregí diciéndole que no veía ningún “canino”. El público de Twitter, siempre reactivo en su afán de inculpación, me acusó entonces de ser clasista y enemiga de la expresión popular. Es de suponer que, según la fantasía de ellos, la población con menos recursos dice “canino” y no “perro”, lo cual jamás ha sucedido. Lo que sí ha sucedido es que la sensación de inseguridad y alienación con respecto a la propia lengua hace que la gente se distancie de su expresión natural y que esto redunde en un proceso de autoexclusión. En el caso que relato, el público de Twitter no entendió que yo no defendía un uso “correcto” de las palabras, sino un uso racional, consciente y, sobre todo, compartido. Al decir “canino” en lugar de “perro”, se debilita el significado; deja de verse y de considerarse al perro. Quizás, si llamara “perro” al perro, el policía correría el riesgo de darse cuenta de que no hay ningún motivo racional para impedir la entrada de un perro a un almacén de zapatos, y si llamara “hombre” al hombre, correría el riesgo de darse cuenta de que no hay ninguna razón para matar a un hombre.

La sensación de inseguridad con respecto al habla común, al propio y simple uso de las palabras que nos relacionan y nos unen, no está disociada de la sensación general e hipertrofiada de inseguridad con respecto al otro. La inseguridad sin fundamento que se siente ante un ciudadano que camina por la calle —o que bebe o vive en ella—, y que culmina con el asesinato de ese hombre, no está separada de la inseguridad sin fundamento que se siente al decir u oír las palabras “perro”, “hombre”, “mujer” o “perdón”. La incapacidad del policía de oír y decir “perro” o “persona” se relaciona con la incapacidad del policía de oír el “Por favor” repetido de un hombre a quien se ha abatido y que pide que se le deje de electrocutar, como sucedió con Javier Ordóñez, la primera víctima de esta avalancha reciente de inconsciencia policial.

Mi modesta propuesta (que nadie escuchará) para la reforma necesaria del ejercicio de la autoridad es que, en el entrenamiento de la policía y la capacitación de los funcionarios gubernamentales, no se les inste a usar términos que no signifiquen nada, pues la familiaridad en el uso de la lengua es la raíz de la confianza, y lo contrario desencadena un proceso de separación y desensibilización.

Disparatar, que significa decir disparates, es una manera —y un preámbulo— de disparar.

 

CRISTIAN(55725)18 de noviembre de 2020 - 06:24 p. m.
De acuerdo con Carolina, se está utilizando un lenguaje que deshumaniza y que es preámbulo de la violencia.
María(6115)15 de septiembre de 2020 - 01:28 p. m.
Por fin! Que alegría volver a leer a Carolina Sanin y encontrarla hoy aquí es maravilloso. Y ahora, volviendo al tema, parece que “nuestro glorioso ejército nacional” debidamente “ideologizado”, se manda solo, como el orgulloso “cuerpo de policía” que transporta “enemigos de la Paz” en forma de occisos a las puertas de los hospitales.
Lorenzo(2045)15 de septiembre de 2020 - 08:46 a. m.
No es clasista: el declive cultural de la masculinidad y de la paternidad colombiana viene de mitad del XX hasta nuestro siglo XXI -manifestado como cosa colorida en Mayo'68 francés y en los movimientos de liberación sexual continúa acelerando la decadencia de la masculinidad y la paternidad. Crisis de patriarcado que se traduce en la crisis del yo y de su individualismo egocéntrico neoliberal.
  • Lorenzo(2045)15 de septiembre de 2020 - 10:08 a. m.
    "Mediante el instrumento del lenguaje se instaura cierto número de relaciones estables, en las que puede ciertamente inscribirse algo mucho más amplio, algo que va mucho más lejos que las enunciaciones efectivas". --- "El reverso del psicoanálisis", Jacques Lacan
  • Lorenzo(2045)15 de septiembre de 2020 - 08:57 a. m.
    Crisis que irrumpe en la histeria y supuso la necesidad -o existencia- del psicoanálisis ¿Serán conscientes de que estas cosas se expliquen por el desprestigio del "padre" (homofóbico, misógino, homicida, violentador infantil)? Su individualismo egocéntrico (de estética capitalista) y hasta el mismo clasismo se han ido a pique gracias a la decadencia de la figura simbólica del "hombre y padre".
IVAN(96847)15 de septiembre de 2020 - 03:59 a. m.
Gracias, Carolina, yo mismo estoy escribiendo sobre la tergiversación y pauperización de nuestra lengua, y el consiguiente efecto sobre la conducta de las personas y su visión de la sociedad. Me parece que has dado en el blanco.
Ramón(77340)15 de septiembre de 2020 - 03:15 a. m.
Excelente columna y mejor propuesta, profesora. Nos llenamos de eufemismos. ¿Qué tal estas perlas para considerar?: No se dice ciclista sino biciusuario No se dice agua sino recurso hídrico No se dice abrir sino aperturar No se dice lesión o daño sino afectación No se dice maestro o profesor sino docente No se dice empleados u obreros sino recurso humano Y un prolongado etcétera.
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