Causa resquemor y rabia saber que Colombia presenta amplias zonas afectadas seriamente por la inseguridad alimentaria y que además se ufanan de buenos gobiernos, como ocurre en el departamento de Atlántico y su capital, Barranquilla. Es imposible no pensar en el Programa de Alimentación Escolar (PAE) y su impacto en la calidad de vida de grandes sectores populares que dejan de recibir su mínimo vital en sus espacios educativos porque se roban descaradamente la plata destinada para dicho propósito. Allá no es la excepción, porque también se roban otros muchos recursos y lo hacen desde lo más alto de sus cúpulas administrativas con la mayor tranquilidad y habilidad. Y si no es así, que muestren y demuestren cuál es el método que han implantado para evitar que se esos dineros —y los otros— se desvíen para que lo compartan con todo el país.
El hambre se ha incrementado. De qué sirve ufanarse de las obras de infraestructura en la región del Caribe, cuyas licitaciones son muy bien alineadas para que se adjudiquen habilidosamente, mientras la niñez crece con hambre y no puede estudiar porque le es imposible asimilar nada con el estómago vacío por días y días. ¿Qué han hecho los gobernantes municipales y departamentales en este sentido? Nada que valga la pena, porque ya se conocería que la corrupción bajó, al menos en lo relacionado con la administración de los recursos del PAE.
Esta reflexión es válida para todo el país. La inseguridad alimentaria va a la par que la inseguridad ciudadana. Y pensar que la corrupción la asimilaron muy bien los sectores de base del PAE. Si por casualidad y buena suerte se topa con un operador relativamente honrado y cumplidor, están quienes esquilman los recursos en especie como celadores, responsables de las despensas, manipuladoras de alimentos y otros que se acostumbraron, sin mayor vigilancia, a instalar negocios de comida en los alrededores de las ciudades. Es increíble cómo la cadena de alimentación escolar está más dañada que un sepulcro blanqueado. Es un pecado mortal que se hable de inseguridad alimentaria, que ya debió erradicarse en gran parte del país. Los mordiscos están infiltrados hasta en la sopa.
Ana María Córdoba Barahona, Pasto.
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