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John Isner no aumentará más su récord de aces

Cartas de los lectores
06 de septiembre de 2023 - 02:00 a. m.

Imagina ser Michael Mmoh y haber ganado el partido con un passing poco elegante. Imagina que John Isner, abatido, pone su raqueta de forma trémula, y la pelota, caprichosa, se estrella perezosamente contra la malla. Imagina que el público enmudece mientras mira los ojos cansados de John y aplaude de mala gana, resignado. Mmoh reprime su alegría incontenible y ahoga sus festejos; se dirige al centro de la cancha y abraza al gigante destrozado, lo señala con el dedo, eludiendo los aplausos que no le pertenecen y concediendo honor a quien honor merece. Isner le da unas palmadas a Michael, lo felicita con palabras quebradas y le ofrece la mano al juez de silla, por última vez. Su carrera termina en casa; no podrá seguir sumando aces a su cuenta personal y su raqueta yacerá dormida en su regazo.

Su cuerpo debe estar cansado y su mente libre. Fue un partido rutinario y confuso. Todo parecía indicar que quizá el retiro se estiraría un poco más, que el tenis le daría la oportunidad de seguir inmortalizando su saque frenético y lascivo, que los números seguirían corriendo, que el techo formaría un límite macabro. 14.470 aces en toda su carrera, si alguien se atreve a cuestionarlo debe sacar muy bien, por muchos años, con mucha fuerza, pues como dijo el Gran John “Es duro... quiero pensar que trabajé lo más duro que pude”. Pero el final es inevitable, los huesos lo exigen, los músculos flaquean y las articulaciones, abusadas, piden un respiro. Por eso, luego de 16 títulos ATP y de haber alcanzado el número 8 del ranquin mundial, Isner, con lágrimas diáfanas y la cara encogida, dice adiós: “Es por esto que he trabajado tanto. Para jugar en ambientes como éste”, soltó tras una pausa involuntaria. “Jugar con este público y tener este apoyo es muy especial. Así que gracias”.

Hace unos días alzaba a su hijo luego de derrotar a Facundo Díaz en primera ronda, y las lágrimas pendencieras acudían como hormigas al azúcar desperdigado en el suelo. Quizá recordaba las victorias agónicas o los puntos interminablemente fugaces; recordando con pericia el partido más largo de la historia del tenis, reviviendo en su memoria la celebración, su zambullida infantil en el césped inmaculado de Londres, alzando las piernas al cielo, rozándolo, tras 11 horas y 5 minutos. Tal vez el rostro de Mahut se asomó en sus recuerdos, ese abrazo agónico y las caras largas y soñolientas. La historia no podía ser más cómica, y monótona, luego de tanto, John perdería su último partido en un tie break.

Juan Diego Forero Vélez

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