Colombia sin Piedad

Columnista invitado EE: Petrit Baquero*
24 de enero de 2024 - 12:15 a. m.

Siempre admiré a Piedad Córdoba, lo cual no quiere decir que haya estado siempre de acuerdo con ella. Pero la admiré por sus luchas permanentes en pos de la justicia social, los derechos de los grupos tradicionalmente oprimidos, el reconocimiento a las poblaciones minoritarias, el rechazo al racismo, el clasismo y el machismo, y, sobre todo, la valentía que mostró durante toda su vida marchando, hablando, conversando, peleando y, que no se olvide, jugándose la vida por todas esas causas que considero también las mías.

Y así como la admiré, por eso mismo, otros la odiaron a más no poder —y veo que a pesar de su muerte la siguen odiando—, pues ella encarnaba lo que consideraban terrible para el mundo, como su supuesta instigación de la lucha de clases, su crítica al statu quo (tradicional y emergente) y su posición frente a los más poderosos que era, muchas veces, crítica, combativa e incómoda. Tampoco la querían por su apoyo frontal a la legalización del aborto, la búsqueda de educación con enfoques diferenciales en los colegios, el respaldo al matrimonio entre parejas del mismo sexo, su postura progresista frente a la regulación y posterior legalización de las drogas, y quién sabe cuántas cosas más que no caben en la cabeza de quienes no quieren que el mundo cambie.

Pero la odiaban, principalmente, por creer supuestamente en un “comunismo trasnochado”, tener unos nunca del todo comprobados vínculos con las guerrillas y, sobre todo, haber sido una contradictora acérrima de Álvaro Uribe Vélez y todo lo que este representaba, independientemente de lo que crea —o más bien sepa— cada quien.

Por eso, como ya dije, yo la admiraba y, como también dije, otros la odiaban.

Por cierto, así algunos no lo acepten, también la odiaban por su color de piel (un “color extraño”, dirían con una referencia que ella, sin duda, conocía), origen social, turbante (que era también una manifestación estética y política al mismo tiempo), sus amistades (muchas de ellas polémicas, al menos para algunos cuantos) y, sin duda, su fuerte, altiva y poderosa voz que solamente se calló con su sorpresiva muerte el sábado 21 de enero de 2024.

Eso sí, el odio que algunos le tenían —y tienen— no salió de la nada, pues un hombre que instrumentalizó para sus fines particulares el talante ultraconservador y violento que siempre ha existido en Colombia y que, por muchas razones, contaba con bastante popularidad, le inoculó a mucha gente la premisa de que los “enemigos de la patria” eran aquellos que no estuvieran alineados con él y sus posturas. Ante esto, Piedad, que era una piedra en el zapato por representar esos supuestos “males” espantosos, resultó convirtiéndose en el objetivo más visible de la rabia y el odio de tantos, siendo perseguida, minimizada, vilipendiada, hostigada, amenazada y agredida.

Vale decir que los supuestos males que ella representaba se acentuaron por las posturas políticas que expresó desde el comienzo de su carrera como una mujer de izquierda, cercana de los sindicatos, las luchas de los maestros, los defensores de derechos humanos, los afrodescendientes, las mujeres, el campesinado, los indígenas y de todos aquellos que requirieran de su apoyo.

Y así lo hizo desde muy joven, pues, nacida en Medellín el 25 de enero de 1955, en un hogar conformado por dos educadores, una madre blanca y paisa, y un padre negro y chocoano; tuvo un liderazgo y fuerte carácter que le permitió convertirse en una importante líder comunal en los barrios populares de Medellín, para después tener una carrera que la llevó, desde la Secretaría Privada del alcalde William Jaramillo, al Concejo de Medellín, la Cámara de Representantes y finalmente el Senado de la República.

En ese camino, hizo alianzas, armó coaliciones, fomentó pactos y también los rompió. Peleó con unos y se amistó con otros, tuvo acciones cuestionables y recibió críticas, algunas con bastante fundamento, aunque permaneciendo en esas por más de 30 años, siempre con sus convicciones y su carácter que, en ocasiones, le trajeron fuertes dolores de cabeza, pero también grandes alegrías, pues, sea como sea, se convirtió en una gran figura que cuando llegaba a cualquier lugar llamaba la atención.

La izquierda con la cual se identificaba, vale repetirlo, era liberal, esa misma que representaron Rafael Uribe Uribe, Benjamín Herrera, Alfonso López Pumarejo y Jorge Eliecer Gaitán, entre otros, quienes consideraban que el Partido debía aglutinar a diferentes matices de izquierda para construir un país mejor, es decir, uno en el que la educación laica, el voto de las mujeres, el reconocimiento de las diferencias sociales, étnicas, identitarias; la función social del Estado y la propiedad; la separación entre Iglesia y Estado, y muchas cosas más, fueran una realidad.

Sin embargo, ese Partido Liberal, del que viene mi familia y vale reivindicar, se perdió bajo el manto de un político alejado completamente de la socialdemocracia que terminó de enterrar a esa otrora relevante colectividad que también estaba hundida en los manejos clientelistas que, esos sí de vieja data, jamás se erradicaron, ante un Estado instrumentalizado por muchos, un sistema que promueve jugadas poco claras y bastante ineficiencia.

Total, el camino de Piedad fue más allá que el de las componendas que en el mundo de la política se hacen en todo momento, pues se la jugó por los derechos LGBTIQ+, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, las minorías étnicas (siendo autora de la ley 70 que fue fundamental para el reconocimiento integral de las comunidades negras en Colombia), las madres cabeza de hogar y los proyectos de regulación, despenalización y legalización de ciertas drogas, entre otros.

También se la jugó por la liberación de los secuestrados (que no son “retenidos”, y que no sigan los eufemismos), lo cual, paradójicamente le generó el odio de numerosas personas y el desgaste de su imagen pública por cuenta de sus contactos con Hugo Chávez y la buena relación que mostraba con algunos integrantes de la guerrilla de las FARC-EP que, para algunos en el país, se había convertido en la fuente de todos los males habidos y por haber.

Ese odio —mezquino, cobarde, violento y, en muchos casos, impuesto— impulsó muchas de las cosas horribles que le pasaron, pues alguna gente energúmena instigada por un político que catalogaba de enemigo al que no pensara como él, insultó, mangoneó, maltrató y persiguió a Piedad en restaurantes, aeropuertos y calles de muchas ciudades, donde la llamaban “negra”, “guerrillera”, “apátrida”, “comunista” (es que, para algunos, ese es un insulto), ante lo cual ella muchas veces siguió derecho y en otras se paró a responder.

En ese proceso, fue también seguida, hostigada, espiada y amenazada por grupos estatales que ilegalmente hacían y deshacían contra cualquier crítico que tuviera el gobierno, fueran periodistas, magistrados de la Corte Suprema de Justicia o políticos opositores. Y en esas también, cuando parecía que las aguas se habían calmado, fue destituida por un procurador que antes quemaba libros y que con biblia en mano creyó que podía arrebatarles los derechos políticos a quienes no pensaran como él. Claro que esa destitución se cayó y Piedad pudo regresar al Senado de la República, ya no con el Partido Liberal, del que se alejó, sino con el Pacto Histórico.

Vale recordar que, por sus posturas políticas, Carlos Castaño, el más grande asesino de la historia de Colombia (y lo sustento cuando quieran), que tenía en la mira, o ya había matado a Jaime Garzón, Eduardo Umaña Mendoza, Mario Calderón y Elsa Alvarado, entre otros, la secuestró por varias semanas, pues tenía la firme intención de asesinarla, aunque, por alguna razón que ella nunca supo resolver, se salvó y al cabo de 15 días fue liberada. Pero esos no fueron los únicos golpes que Piedad sufrió, pues Jaime Gómez, uno de sus asesores de cabecera, fue encontrado muerto en el Parque Nacional de Bogotá, lo cual todavía es objeto de investigación.

A la vez, su hija Natalia desapareció por varios años, cuestión que, por supuesto, le generó gran angustia. Al tiempo, empezaron a aparecer supuestas informaciones de un computador al que todo el mundo le metió mano y que, como una caja de pandora, sacaba datos y datos cada vez que alguien lo consideraba necesario. De ahí salió el tema de “Teodora Bolívar” del que se pegaron muchos de sus críticos para sustentar que Piedad era integrante orgánica de las FARC, beneficiaria de los secuestros y una persona mezquina y peligrosa.

Con tanta cosa en su contra, cualquiera habría desfallecido, pues muy pocos podían haber aguantado una persecución así, de ese tamaño y con los sectores más poderosos del país en su contra, no solo a través de organismos estatales instrumentalizados para cometer actos delictivos, sino mediante individuos fanatizados y henchidos de odio, que son tal vez los más peligrosos de todos y que generaron la más fuerte situación de matoneo y desprecio que alguien haya tenido en este país, pues claramente representaban —y representan— a una Colombia sin piedad.

En esas encontró en Hugo Chávez, nuevo presidente de Venezuela, a un amigo y respaldo para sus causas, por lo que le inventaron romances y millonarias ayudas económicas, rumor que, si bien pudo ser cierto, tiene el mismo rigor del que decía que el premio Nobel de Paz que se ganó Santos (para el cual Piedad también sonó) había sido comprado con contratos para empresas noruegas.

Eso sí, muchas de esas cosas que le pasaron, fueron radicalizando sus posturas, llegando a enfrentarse incluso con algunos de sus antiguos aliados que la veían como un personaje tóxico que les podía quitar votos, pues tenían que verse “moderados” para no asustar a los biempensantes que dan lecciones de moral y se creen progresistas sin perder alguno de sus muchos privilegios. También sufrió la mezquindad y el desagradecimiento de gente a la que ayudó hasta más no poder, como algunos de los secuestrados por los cuales ella se jugó su capital político y tranquilidad siendo un soporte fundamental para las familias y para esa causa tan importante que es la libertad de las personas.

Total, la política no es fácil y para sobrevivir en esta y, sobre todo, en un sistema que, sin duda, no es transparente, es seguro que Piedad tuvo que tranzar, hacer algunas componendas, mover recomendados en diferentes lugares y ejercer ciertas presiones. Tampoco fueron claras sus explicaciones sobre por qué entró a Honduras con 68 mil dólares en efectivo no declarados, de lo cual se salvó por razones que aún desconozco.

La extradición de su hermano Álvaro por narcotráfico, en medio de esos entrampamientos que ahora la DEA hace constantemente (sobre eso tengo pendiente un texto), fue otro golpe demoledor de los que ayudaron a minar gran parte de su ánimo y su salud, por lo que en los últimos meses estuvo varias veces hospitalizada.

Por cierto, estaba pendiente una nueva declaración ante la JEP, pues al parecer sabía cosas importantes que se quedaron en espera, como fueron los evidentes vínculos entre algunos políticos y grupos armados, además de la hipótesis que alcanzó a mencionar sobre el asesinato de Álvaro Gómez que incluía a narcos, guerrilleros infiltrados (o al revés, militares infiltrados en la guerrilla, sobre lo cual poco se ha hablado) y militares aliados. Sin embargo, este nuevo testimonio quedó pendiente.

Total, a pesar de todo eso, siempre admiré a Piedad Córdoba, lo cual no quiere decir —lo reitero— que haya estado siempre de acuerdo con ella, pues, además, a pesar de todo lo que le pasaba y que me despertaba mucha empatía, nunca perdió su entusiasmo por la lucha política, ni la alegría o sus ganas de bailar y cantar. De hecho, las pocas veces que compartí con ella fueron cantando, la primera, en un salón del Congreso de la República en un homenaje que le hicieron a René González, el cubano que se infiltró en los grupos anticastristas de la Florida que habían ejecutado varios atentados terroristas en La Habana, y la segunda en una reunión en la que compartió panel con el escritor William Ospina. Y ahí estuve yo, como parte del “momento cultural de la noche”, cantando boleros, trovas cubanas, vallenatos y salsitas, aprovechando la ocasión para dedicarle algunos versos, incluso uno en el que la llamaba “mi amiga Piedad”, para, en algún instante, ponerla a cantar, dejándome oír su vozarrón —ustedes lo saben— que no desentonaba para nada.

Esa era Piedad, una mujer negra, verdaderamente liberal, de izquierda, luchadora por la paz, valiente, temeraria y alegre, a pesar de todo, quien fue capaz de hablar con todo el mundo para lograr sus objetivos. Y sí, se marchó, tal vez antes de tiempo, aunque objeto de tantas presiones que hicieron que su corazón finalmente fallará, o eso es lo que creo.

Eso sí, así algunos la sigan odiando, jamás podrán negar su valentía, fuerza, verraquera y legado como luchadora incansable de sus causas, al ser una liberal de la vieja usanza, líder mujer y afro para América Latina; inspiradora para muchos que vinieron detrás y, a la vez, una persona empática, dicharachera e inteligente que será reivindicada por muchos de los que continúan.

Y, por cierto, prefiero estar con aquellos que lamentan su partida y no con esos que se alegran de su muerte (y realmente de la de cualquiera), pues veo que el odio les ha carcomido el corazón, ensañándose contra quien ya no puede defenderse.

Por eso, que los Orishas te acompañen, amiga Piedad y que encuentres por fin la paz por la que siempre luchaste, total; mientras siga habiendo injusticia en este país, tus luchas, que también son las mías (o eso es lo que yo espero), seguirán vivas y presentes, ojalá en muchos más, porque yo sí espero que volvamos a tener a una Colombia con Piedad.

*Petrit Baquero es historiador y politólogo. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), Manual de Derechos Humanos y Paz (Cinep/PPP, 2014) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

Por Petrit Baquero*

 

Celyceron(11609)24 de enero de 2024 - 07:18 p. m.
GRACIAS por tan bella semblanza, señor Baquero. La historia hará justicia con Piedad y estará en el lugar que se merece su lucha y pasión por todo lo que hacía.
Usuario(51538)24 de enero de 2024 - 02:10 p. m.
No cabe duda de que doña Piedad Córdoba (Q. E. P. D.) fue una gran luchadora, defensora de los ideales liberales, valiente y frentera. De todas maneras, se llevó a la tumba unos cuantos secretos. Muchos de los señalamientos que le hicieron fueron falsos y motivados por el odio y el racismo, pero hay otros que sí sembraron un manto de dudas sobre su figura. Nunca se sabrá la verdad completa.
Atenas(06773)24 de enero de 2024 - 10:49 a. m.
Una larga y extenuante barbacha de este desconocido y ditirámbico panegirista, más necesaria pa él q’ pa nosotros los fatigados lectores de tan cursi escrito de quien a todas luces debe ser un mamertico. Y si me explayo más, importancia desmerecida le doy a quien nunca ha sido pa mi cosa. Atenas.
nestor(17375)24 de enero de 2024 - 04:22 a. m.
Amigos lectores, los invito a comparar los logros, las creencias y las luchas de Piedad Córdoba con los de Ingrid Betancourt.
  • Mar(60274)24 de enero de 2024 - 06:45 a. m.
    Muy fácil: Ingrid, ninguna lucha; Piedad, todas las luchas.
JONNY(58131)24 de enero de 2024 - 08:39 p. m.
que hermosa columna señor muchas gracias
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