Cartagena: de todos y de nadie

Llevo sangre cartagenera y desde pequeña mantengo una relación cercana con la ciudad. Mis hermanos nacieron allá, y mi papá, que no se resigna a tener una hija cachaca, dice que fui concebida en ella. Soy testigo de sus grandes transformaciones desde finales del siglo pasado, de su desarrollo y modernización, pero también de su crecimiento desmedido y de su pobreza, principalmente como consecuencia del desplazamiento de comunidades aledañas. Cartagena es un sitio único, una ciudad colonial amurallada en el Caribe como ninguna de este lado del mundo, que por razones históricas ha sido maravillosamente preservada (a pesar de los colombianos) y cuyo encanto, por desidia administrativa, estamos acabando poco a poco.

La responsabilidad de su sostenibilidad no es solo de los cartageneros, es de todos los colombianos. Es una ciudad de propiedad nacional. Los cachacos, paisas, vallunos, santandereanos y costeños sentimos que Cartagena es nuestra; es emblema y orgullo del país. Sin embargo, tal vez porque es de todos y a la vez de nadie, hemos hecho caso omiso a su deterioro, a su pobreza y la degradación humana que se vive en sus calles, sobre todo en las turísticas. El centro histórico se está convirtiendo en un expendio de droga, prostitución y tráfico de menores, y el turismo, cada vez más degradado, no viene a disfrutar de esta belleza colonial sino de estos servicios que pululan sin control gracias a la inmensa desigualdad y a sus malas administraciones.

Se acercan las elecciones regionales y, además de centrarnos en las de nuestras propias localidades, los colombianos podríamos ayudar a que Cartagena elija una buena administración. Se lo debemos. Actualmente puntea las encuestas Dumek Turbay, exgobernador de Bolívar, cuyos adeptos repiten que “roba, pero hace” y por eso lo consideran una opción. No obstante, Cartagena merece algo mejor y hay alternativas. Es una muy buena noticia que Judith Pinedo, conocida como ‘Mariamulata’, haya decidido participar nuevamente de la contienda electoral a pesar de lo que le ha costado combatir a la clase política corrupta de la ciudad (su lucha la llevó a estar encarcelada durante dos años, injustamente).

‘Mariamulata’ fue una buena alcaldesa, conoce bien los problemas de la ciudad y sabe conectarse con su gente. Fui testigo de su gran trabajo en educación. Invirtió recursos propios de Cartagena (aunque parezca increíble, son poquísimas las ciudades que lo hacen) para mejorar la calidad de los colegios públicos (redujo la brecha de calidad de 20 % al 9 % entre colegios públicos y privados) y la infraestructura escolar (80 colegios restaurados y 24 nuevos colegios construidos). Asimismo, logró que más jóvenes vulnerables accedieran a programas de educación superior (13.000 se beneficiaron) e implementó un programa de alfabetización que llegó a las comunidades más necesitadas (33.000 personas alfabetizadas). Y estos son los resultados de un solo sector (el que conozco), pero no cabe duda de que se puede recopilar un listado similar en muchos otros.

Ojalá los cartageneros se animen a elegirla nuevamente. Lo distinto no siempre es bueno, y en Cartagena lo saben, pero en este caso podemos evitar el malo conocido y escoger a Mariamulata, una buena conocida, y sin duda una excelente opción que puede darle oxígeno a una Cartagena que lentamente se está quedando sin aire.