Cabeza de Medusa

Garavito, la bestia

Isabella Portilla
28 de mayo de 2023 - 11:06 p. m.

Apenas presentía que mi apá llegaba a la casa, me invadía el miedo y me escondía debajo de la cama. Él tenía una correa gruesa que nunca se me va a olvidar, con esa correa me pegaba hasta dejarme la carne tierna.

A los 13 años un hombre muy religioso, el sacerdote del pueblo que era allegado de la familia, me violó. Yo vivía en un corregimiento que se llama Ceilán, por Tuluá, en el Valle del Cauca. Allá llegó la guerrilla y el ejército y nos tuvimos que cambiar varias veces de casa. Esos cambios me provocaron ataques de ira, tenía una especie de paranoia porque a toda hora pensaba que me iban a hacer daño y que me iban a violar otra vez. Efectivamente, así fue, pero no un guerrillero, fue mi propio apá el que me dio sendas golpizas, el que me empezó a torturar. Una vez prendió unas velas, me desnudó y me pasó la cera por todo el cuerpo hasta dejarme rostizado con la candela. Él solo se reía y me decía que no fuera mariquita. Otra vez agarró unas cuchillas de afeitar viejas y me las pasó por las piernas y por toda la columna vertebral y ay de que yo chistara algo porque me cortaba la cara. Me acuerdo bien de la vez que me dejó amarrado a un árbol todo un día sin importar que los bichos me picaran y que me calentara el sol, en la noche agarró el estuche del machete que se cargaba al cinto y me dio una tanda que tengo todavía nítida en la memoria. Así fue mi infancia.

Yo pensé que mi apá iba a dejar de ser violento cuando decidió que nos fuéramos a dormir juntos en las noches. Una vez empezó a acariciarme entre las sábanas y yo por fin me sentí querido, pero terminó violándome casi todas las madrugadas. Mi mamá se daba cuenta de todo, pero no decía nada, mejor dicho, mi papá no dejaba que dijera nada porque, sino ella también llevaba su parte. A ella la violaba cada nada. Un día, cuando recién yo había cumplido los 14, mi amá me echó de la casa, en medio de una cantaleta me recriminó, dizque porque yo estaba acorralando a un niño de cinco años para violarlo. La verdad, a mí sí me gustaba. Ese fue el primer pelao que me gustó y por él me di cuenta de que sentía una atracción sexual bien fuerte hacia los niños.

¿A usted le gustan las mujeres? Pues bueno, a mí también, pero más me gustan los niños, ¿Qué se le hace, o es que uno escoge lo que le va a gustar? Uno nace así y mire a ver cómo le hace pa’ remediar ese deseo pues mijo. De todas maneras yo sabía que eso no estaba bien, ¿Si me entiende? Yo tenía un encono bien grande con ese malparido que me violó cuando yo era chiquito porque sabía que toda esa mierda que pasó después había sido culpa de él, entonces en el año noventa y uno, cuando tuve ya una platica lista, yo mandé a matar a ese señor, por eso contraté a unos sicarios que hicieron la vuelta y ahí ya pude descansar un poco.

Ya luego a partir de los 35 años lo que pasó con mi vida es más bien vox populi, todo el mundo está enterado de los delitos punibles que cometí. ¿Qué si sentía placer cada vez que torturaba a un niño? Como decirle, hombre, pues era una arrechera, sí era más bien una cosa sexual que se apoderaba de mí. Yo empecé con esta serie de prácticas desde el 4 de octubre de 1992, ese día yo había estado leyendo un libro de esoterismo y magia negra y me había estado introduciendo a los rituales de la tabla Ouija, de repente escuché una voz que me dijo: ¿Quiere hacer un pacto conmigo? En ese momento se corrieron las cortinas, se me paró el pelo y yo le dije, sí, yo quiero venderle mi alma a usted, porque lo que yo quiero en esta vida es poder y dinero, entonces la voz me dijo que me fuera para Jamundí. Me fui y ese mismo día cometí mi primer homicidio.

Después todo se me hizo fácil, yo contaba con poder gracias al diablo, entonces utilicé varios trucos, por ejemplo alguien me dijo que yo tenía pinta y labia de cura, así que mandé a hacer una sotana y me fui por varios pueblos y ciudades disfrazado de sacerdote y me llené los bolsillos de plata y de igual manera esa fue la táctica que utilicé para contactar a los niños y hacer que me siguieran. También fui brujo y monté una fundación desde la que empecé a timar. Otra vez me hice pasar por discapacitado y usé por mucho tiempo gafas y muletas, usted sabe señor que eso despierta la condolencia y la bondad de la gente, entonces yo me aproveché de eso y timé a más de uno y de la misma forma tuve acceso a niños bien bonitos, bien estratificados, que iban al colegio, niños bien pispos, pues.

Dicen que mis víctimas eran paupérrimas, eso no es cierto. Yo en total llegué a asesinar a 172 niños, a violar a más de 84 y a torturar a unos cuantos. Pero todos esos crímenes no los cometí yo, eran puras órdenes que el diablo me daba y como yo ya le había vendido mi alma no podía hacer nada más que obedecer. Lo que hacía antes de cada asesinato era tomarme un sorbito o una botella de aguardiente y cuando tenía pal’ brandy, brandy, y luego detallaba bien cuál era el niño que me iba a llevar.

Recuerdo especialmente a uno, se llamaba Julián Pinto, este muchachito estudiaba en el SENA, vendía tintos en la calle. Yo me le acerqué, le compré uno y lo convencí para que me acompañara. Él dejó su termito y se vino conmigo. Lo convidé al cañaduzal, lo amarré, lo acaricié tiernamente y después lo violé. Julián gritaba, yo trataba de calmarlo, pero él seguía gritando, entonces ya no quedaba más remedio que matarlo. Me acuerdo tanto de este niño por una situación: en el sitio donde lo violé había una cruz, cuando regresé al pueblo, de un momento a otro oí una voz que decía: “eres un miserable, no vales nada”. Entonces regresé y miré lo que había hecho. En ese momento me arrodillé, me arrepentí, y enterré el cuchillo. No sé cómo explicarlo, ¿Si me entiende? Cuando yo agarraba a un niño yo empezaba a sentir una fuerza extraña que me dominaba, si los chinos se ponían muy quisquillosos los amenazaba con un cuchillo y comenzaba ya una especie de ritual que yo había armado. Empezaba a juguetearles, a tocarlos bien bonito, con caricias suavecitas y después los besaba y los tocaba hasta que ya alcanzaba la erección y ahí sí disfrutaba de sus cuerpos y luego los torturaba como mi apá hacía conmigo, con fuete y a punta de puñaladas y para que no quedara rastro, les cortaba el vientre o les abría una herida en el pecho o a veces los degollaba.

Yo ya estaba cansado de todo eso y fue cuando quise rehabilitarme, por eso me convertí en miembro de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia y me hice bautizar el 18 de agosto de dos mil tres. A mí me capturaron un jueves, eso fue el 22 de abril del año noventa y nueve, en Villavicencio. Estaba yo saliendo de un potrero y unas cuantas horas antes me había llevado a un muchachito pal’ monte, tenía muchas ganas de estar con él, ¿Si me entiende? Entonces lo había llevado para un pastizal, pero no conté con que un indigente escuchara los gritos del niño y el indigente se me acercó y me empezó a tirar piedra a la lata, entonces no me quedó más remedio que salir corriendo. Los chinos llamaron a la policía y llenaron de militares todo el sector, entonces paila, montaron un operativo grande, con taxis, patrullas y carros particulares, yo estaba todavía en el monte, pero tuve que salir y ahí fue cuando el niño se dio cuenta de que era yo.

Ahí fue cuando la policía me atrapó; sin embargo, yo no iba a ser tan bobo de dar mi verdadero nombre y dije, como en otras veces, que me llamaba distinto, utilicé una de mis identidades: Bonifacio Morera Lizcano y con ese nombre me iniciaron una investigación. Ya después se dieron cuenta de que yo era yo. Por supuesto que yo estoy arrepentido de las múltiples conductas confesadas, yo me miro al espejo y me digo: ¡Luis Alfredo, a doblar rodilla! Ojalá se me quite este cáncer que me salió en el ojo. Lo que más quiero es salir de esta penitenciaria en la que me encuentro, mi deseo más grande es formar familia y recuperar mi libertad.

 

name(61569)01 de junio de 2023 - 01:37 a. m.
por qué criticas- A esta sociedad hay ponerle de frente a los monstruos que parido a ver si , algún día, reacciona y defiende a sus niños sin contemplaciones de ninguna clase. Y que los jueces, también, tomen conciencia
Carlosé Mejía(19865)30 de mayo de 2023 - 03:11 a. m.
Garavito, como violador, torturador y asesino serial que fue, ni ha dicho toda la verdad ni va a arrepentirse ni a reformarse jamás. Y, ¡ojo!, debió ocultar muchos datos y deformar otros con enorme malicia para solazarse sintiéndose el único que sabe lo que pasó en realidad con sus víctimas. Por eso urge profundizar científicamente en su psiquis y no apresurarse a dejarlo salir y perderle la pista. Por ahora, está bien que los medios no lo dejen caer en el anonimato y el olvido del gran público.
Javier(qfigf)30 de mayo de 2023 - 01:19 a. m.
En casos como este debiera aplicársele la pena capital.
-(-)30 de mayo de 2023 - 01:04 a. m.
Este comentario fue borrado.
Tayrona(31467)29 de mayo de 2023 - 08:41 p. m.
Monstruoso y nada justificable. Este engendro humano no tiene perdón ni consideración alguna. Ojalá estuviera míl años en la peor cárcel, con cáncer en el ojo, y se le expandiera.
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