Maryse Condé y las identidades reinventadas

Jaime Arocha
09 de abril de 2024 - 09:00 a. m.
"Su novela Segu versa sobre la historia de los Traoré desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del XIX" - Jaime Arocha.
"Su novela Segu versa sobre la historia de los Traoré desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del XIX" - Jaime Arocha.
Foto: Fotografía facilitada por la editorial Impedimenta a EFE

El dos de abril murió Maryse Condé, maestra de africanidades y africanías[1]. En vez de volver sobre su biografía, escribiré cómo su obra[2] realza identidades reinventadas, ya sea por voluntad propia o por sismos inesperados.

En La vida sin maquillaje se refirió a su estancia académica en París como medio de dejar de ser la “supernegra”, aristócrata por quien sus padres añoraron a lo largo de los años de 1930, cuando transcurría su niñez en Point-a-Pitre, Guadalupe. Al mismo tiempo que se enamoraba del actor Mamadou Condé, lo hacía de la exaltación de África a cargo del movimiento de la negritud de Leopold Sédar Senghor, Aimé Cessaire, León Damas y el Renacimiento Negro de Harlem. Extasiada por ese desenmascaramiento de la negritud, se fue a Guinea donde se le derrumbó el fervor independentista del decenio de 1950. Atestiguó cómo el presidente Sékou Touré sofocaba la disidencia mediante inmundas mazmorras secretas. En Ghana la enloqueció el hijo de un adalid asande[3], Kwame Aidoo. Y quizás hasta habría aprendido a cubrir su ser con batas coloridas o a hablar el twi de los akán, pero halló que el doctorado de Oxford que ostentaba Kwame contradecía la manera como él validaba el sacrificio de esclavos y esclavas durante los funerales de los soberanos asande.

Su novela Segu versa sobre la historia de los Traoré desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del XIX. Ese linaje pertenece a la etnonación Bámbara de lo que hoy es Mali y fundó una hermosa ciudad a las orillas del río Níger o Djoliba. Al adolescente Naba, miembro de esa estirpe, lo capturaron luego de extraviarse de una partida de cacería. Despertó en una estrecha choza, recordando a los cautivos y cautivas que rodeaban su casa paterna. Al contrario de ellos, él no era prisionero de guerra, sino hijo de Dusika, consejero real. Por esa condición se ilusionó de que lo devolverían al lado su madre Nya. Rebautizado Jean-Baptiste, le fue inocultable su esclavización. Perturbado en sus emociones, no lo embarcaron hacia las Américas, sino que lo destinaron a la huerta de la seignare[4] Anne de Pepin en la isla de Goré. Experimentó con semillas americanas y, hablándoles, curó plantas marchitas. Detestaba que lo hicieran ir a la “esclavería” y pillarse los innumerables tobillos engrilletados y pies sobre capas de mierda y vómito. Sin embargo, un día, en medio de la inmundicia se halló ante lo que para él fue una flor. Se llamaba Ayodelé, era yuruba y estaba destinada a las plantaciones de Recife. La siguió, la desposó, le dio un hijo, le hizo cultivos con el mismo amor que les había prodigado a los de Goré. No obstante, para quienes reprimían cimarrones, la bondad de Jean-Baptiste les facilitó ejecutarlo y de ese modo demostrar eficacia en el control de las rebeliones que se extendían desde Bahía hacia el resto del Brasil.

Otro trayecto de espanto es el de Siga, segundo de los hermanos Traoré. Le encargaron cuidar al mayor de la descendencia, Tiekoro, quien debía presentarse a la universidad de Sankoré en Tomboctú. Al rector le repugnaron las escarificaciones faciales y demás emblemas de la nobleza Bámbara. Por la dote que llevaba, la escuela coránica aceptó a Tiekoro, pero a su hermano le tiró la puerta en la cara.

Difícil no contagiarse del pavor por hallarse abandonado, sin monedas, ni cauris[5] y con una facha que detestaban los musulmanes. En el mercado, otro joven lo urgió a llamarse Mohamed, vestirse de túnica y solo hablar árabe. Mimetizado como arriero, oficio estigmatizado en Segu, llegó a ser comerciante que se movió por Argel y Marruecos, hasta regresar a su tierra.

En este espacio ya he hablado de “Tituba la bruja negra de Salem”, privada de su libertad en Barbados, quien fue reiterada inventora de sí misma como niñera amorosa, apoyo físico y moral de una familia judía en Salem y médica raicera. Logró esos cambios guiada por la curandera Man Yaya y Abena, su madre asande. Ambos vínculos pervivían porque para ella, como para casi toda la gente de ascendencia africana, sus muertas no morían mientras siguiera queriéndolas y respetando su memoria.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional. Director, Nueva Revista Colombiana de Folclor.

[1] Reinterpretaciones de memorias africanas a cargo de la gente esclavizada.

[2] Bellamente publicada en español por Ediciones B e Impedimenta.

[3] Aquí son más conocidos como ashantis.

[4] Nombre que se les dio a las muy ricas hijas que tenían los esclavistas europeos con mujeres africanas.

[5] Abundantes en las islas Maldivas, esas conchas tienen valor económico y las usan para en ritos adivinatorios.

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Atenas(06773)09 de abril de 2024 - 04:18 p. m.
Del derecho q’ tienen todas las culturas de tejer su propia historia. Y al respecto, la pertinente literatura torna abundante y prolija. El punto estriba en cuál se hace y proyecta más firme y sólida. Lo q’ sí barrunto es q’ no es el animismo, en los tiempos en q’ la ciencia se asienta, el camino más seguro. Atenas.
Maria(75450)09 de abril de 2024 - 12:51 p. m.
Maestro Arocha, me apasiona la vida de Mariyse Conde y de toda esa cultura africana pero no he podido encontrar libros de Conde es español, le agradecería que me informara al respecto, muy amable
  • Jaime(6808)09 de abril de 2024 - 02:03 p. m.
    Impedimenta pubica la obra de condé en español
María(11708)09 de abril de 2024 - 12:46 p. m.
Gracias por motivarnos a leerla
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