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Otro prisma

Javier Moreno
21 de junio de 2013 - 11:00 p. m.

Dice Obama que no puede garantizar total seguridad y total privacidad. Habla de equilibrios y balances. Habla de sacrificios. Todos corrieron a leer “1984” otra vez.

Contexto: hace algunos días un tal Edward Snowden, desde la clandestinidad cinematográfica de Hong Kong, reveló una presentación de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) donde se describe someramente un programa llamado Prisma que en esencia enchufaría las máquinas de la agencia de vigilancia gringa a los servidores de las grandes empresas del Valle del Silicio para poder ordeñar el flujo de las redes sociales con libertad (i.e., sin incómodas órdenes judiciales específicas). Como quien dice, el sueño de todo conspiranoico hecho realidad. Aunque las empresas mentadas han negado su participación y hasta condenado la acusación, el manejo ha sido tan torpe que es evidente que por lo menos hay trazas de verdad en la denuncia. 

Por otro lado, al menos desde “Good Will Hunting” (¡1997!) sabemos que la agencia contrata matemáticos y programadores talentosos al por mayor. Pregunta: ¿Para qué creíamos que los usaban? Otra: ¿En una red semi-centralizada como la actual, con cinco o seis empresas controlando prácticamente todo el tráfico en línea, cuáles son los mejores puntos para interceptar el ruido? Incluso si uno duda (y hay razones para dudar) de la capacidad técnica para analizar eficiente y productivamente lo que quiera que saquen, para nadie con una comprensión mínima de la configuración actual de Internet (y la ansiedad anti-terrorista que se tomó a los EEUU hace ya casi doce años) debería ser una sorpresa que algo como Prisma ande sin pudor por ahí. 

En realidad la mayor sorpresa es que algo así sorprenda y escandalice. Quiero decir, lo que se supone que hace Prisma es sin duda inaceptable y nos adentra de lleno en distopías totalitaristas dignas de Philip K. Dick, ¿pero por qué somos ahora tan cautos y sensibles con nuestra privacidad cuando llevamos ya casi una década dedicados a alimentar voluntariamente a empresas privadas con información íntima variadita a sabiendas de que estas empresas no ofrecen ninguna garantía seria de confidencialidad y son explícitamente oscuras en el manejo de sus datos? Es horrible que unos señores en Maryland tengan acceso a información que tal vez nunca les entregaríamos de otro modo (la probabilidad de abuso es altísima), pero no es claro por qué esto es más inaceptable que las políticas difusas de control de información de esas empresas altruistas entregadas a la encomiable labor de asegurar que nunca nos sintamos solos. La similitud de intereses y prácticas entre la NSA y las empresas del valle de Silicio es tal que, como reportó hace unos días el New York Times, el tráfico de empleados entre una y otras se ha vuelto pavorosamente común.

La contradicción es evidente y medio perturbadora. Al tiempo repudiamos o aplaudimos las mismas intromisiones dependiendo de su proveniencia. Desconfiamos con razón de los gobiernos pero por algún motivo las empresas privadas imposibles de fiscalizar no nos despiertan suspicacias. Más preocupante que la evidencia difusa de un totalitarismo gubernamental activo tipo “1984” es la constatación de que el totalitarismo privado y pasivo tipo “Un mundo feliz” es aceptado y hasta bienvenido a nivel global como progreso y bienestar. No sé, tal vez corrimos a leer el libro equivocado.

http://finiterank.com/notas

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