La luna tiene dos caras. Una más clara y cercana, una más oscura y lejana. El mundo donde vivimos también posee estas dos facetas. Por un lado, tenemos un planeta cargado de dificultades, guerras, conflictos y riesgo. Una arista oscura carente de esperanza y llena de desilusión liderada por el ego humano y su maldad. Una invasión cotidiana de malas noticias que atenta contra la especie humana y la supervivencia del planeta y que logra desvanecer la ilusión de un mejor futuro.
Pero por el otro lado aparece la figura del deporte como un balance espiritual para el alma, como un bálsamo de equilibrio del cual nos aferramos muchos para continuar por el camino de la vida.
En medio de un momento crítico de la humanidad se aproxima una mitad de año gloriosa, llena de alegría y entretenimiento para todos.
Tal vez el verano deportivo más atractivo en mucho tiempo.
A partir del final de mayo y hasta julio de este año podremos disfrutar de una temporada magnífica y magnánima de poesía pura:
Copa América de fútbol 2024 en Estados Unidos, Eurocopa de fútbol 2024.
En Alemania, Olímpicos de París 2024, Roland Garros de Tenis 2024 en Paris.
Wimbledon de Tenis 2024 en Londres. Giro de Italia 2024 y Tour ciclístico de Francia 2024, entre otros.
Lo que la especie humana nos quita, por un lado, a través del odio, la guerra y la venganza, la misma nos lo devuelve a través del deporte, de su pasión, sus sueños y su alegría.
Extraña paradoja de equilibrio planetario que nos deja claro que el ser humano puede ser tan malo o tan bueno como quiera.
De sus raíces se desprende el mal y el bien, la esperanza y el desespero, el claro y el oscuro.
Por el momento preparémonos para unos meses de luz y de gloria deportiva como nunca antes habíamos podido disfrutar, donde me hago con ilusión del lado de la esperanza.
Larga vida al deporte.