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El arte de tachar

Julio César Londoño
02 de julio de 2022 - 05:30 a. m.

Diálogo de dos médicas en una cafetería: “… Será muy difícil, querida, las élites no son mancas y hay desafíos tremendos, el narcotráfico, la corrupción, la reforma rural…”. Sí (interrumpe la otra), pero ya tocamos fondo, más abajo no podemos caer, lo que haga Petro es ganancia.

Grafiti en la desconchada pared de un taller de mecánica en un barrio de ladera en Cali: “Seguimos trabajando igual, ¡pero con esperanza!”.

Tal vez aquí radica la diferencia que se siente ahora en el aire, en las calles. Una distensión. La ilusión de un comienzo. La convicción de que llega un equipo honesto. Creativo. Abierto. Sensible. La claridad de que los resultados pueden tardar, pero los esperaremos con la fe del mecánico, con la seguridad de que llegarán porque caminamos en la dirección correcta, sin la rabia de saber que en la Casa de Nariño solo habitan el cinismo y la ambición.

No hay que estar en una mesa de empalme para meter el hombro y soñar. Cada uno puede, desde sus quehaceres, restañar heridas y enderezar los ejes.

Los alumnos ya tienen mil ideas para repensarlas desde mi Taller virtual de escritura. Iniciamos clases en el mes de las cometas. En el módulo de crónica leeremos los testimonios del Informe de la Comisión de la Verdad. Allí hay historias de horror, mil ejemplos de la ruindad que cabe en un ser humano, pero también hay mil ejemplos de coraje y solidaridad, la ternura de los pueblos, según la bella definición de Gioconda Belli.

También haremos crónicas falsas, es decir, cuentos, y pondremos a prueba la definición que acuñamos en el Taller: el cuento es una forma esencial cuyo ripio tiende a cero y donde el protagonista es el argumento. Analizaremos sus escasos dos siglos de existencia como género autónomo (desde Poe y Hawthorne hasta Capote, Arreola y Padura) y estudiaremos tres clases de finales: los abiertos, los cerrados y los perfectos.

Estudiaremos el oficio del ensayista de divulgación, el mensajero humilde que nos cuenta, sin jerga ni ecuaciones, lo que pasa en los gabinetes de los sabios. Si “Dios hizo al gato para que el hombre pudiera acariciar al tigre”, el divulgador vela para que los parroquianos podamos entender al genio. Comprobaremos que la erudición es un punto de partida, no de llegada; que su arte estriba en la capacidad de conjeturar, no en el rigor, y que hacemos buenos ensayos solo cuando escribimos sobre asuntos que hemos tenido un cierto tiempo en la cabeza y en el corazón.

Quizá podamos hacer algo difícil, aforismos (ensayos de una sola línea).

Estudiaremos un monstruo alado: “Amanuense de los susurros de un Dios cuyas distracciones debe suplir, el poeta inventa un orden posible”. Trataremos de descifrar el secreto de la composición del poema y fracasaremos, sin duda, pero quizá podamos escribir un poema legible sobre el fracaso, porque la derrota puede ser más elegante que la ruidosa victoria, como ya advirtió el minotauro de Buenos Aires.

Escribiremos ensayos de crítica literaria y veremos proposiciones paradójicas, como esta de Wystan Hugh Auden: “Toda la poesía mala es sincera”. ¿Significa que la poesía buena tiene que ser “hipócrita”, editada? Es probable.

Tal vez del taller no salga la línea capaz de poner una sonrisa en los labios de Dios, ni un escritor que sienta el rayo terrible de la gloria en Estocolmo un día, ni una fórmula social que llegue, a través de una larga cadena de mensajeros, hasta el pesado escritorio del canciller, pero velaremos para honrar esas criaturas frágiles, las palabras, y levantaremos con ellas barricadas altas contra el avance de las hordas de los bárbaros.

jclondono53@gmail.com

 

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