Siendo un ícono de nuestra cultura en el último medio siglo, el anuncio de su retiro es una demostración de responsabilidad y compromiso de parte del catalán más hispano. En su periplo ha demostrado que humanidad, solidaridad y libertad trascienden las fronteras geográficas y las barreras culturales. No se puede ir porque su legado es parte de nosotros mismos y de quienes nos sobrevendrán.
Serrat ha sido un dignísimo representante del espíritu contestatario propio de su época, extendido a otras generaciones. Su irrupción ante el gran público coincide con el movimiento estudiantil de mayo de 1968 en su vecina Francia, con Woodstock en los Estados Unidos -una generación que rechazó las guerras- y con los Beatles. A los hispanohablantes del mundo nos salvó de la monotonía de la balada cursi, entonces de moda, y nos invitó a pensar en una forma de vivir mejor y diferente. Más feliz. Por sobre todo, lo disfrutamos. Lo cantamos y vivimos. Nos enamoramos y enamoramos con su música; lo bebimos y cantamos, sin eludir problemas y responsabilidades ciudadanas que sus letras, inexorablemente, recordaban y recuerdan.
Además de la calidad de su expresión artística, había que tener valor y carácter, en plena dictadura franquista después de tantos fusilamientos, para pretender representar a España en el festival de Eurovisión cantando en catalán o para intentar hacerlo en el Chile de Pinochet o para interpretar y reivindicar poetas como Machado, expulsados por la dictadura o asesinados como García Lorca. Por ello tuvo que venirse al exilio en Iberoamérica, su tierra por extensión, una patria más grande. Luego pudo volver a la España siempre contradictoria y paradójica en que, irónicamente, la democracia era entonces rescatada por un Rey. Sus posturas ciudadanas y políticas no consiguieron minimizar la inmensidad de su arte y su humanidad superando una discusión siempre estéril.
Siendo catalán pudo ser andaluz. Pese al crecimiento del catalanismo no se conoce divorcio alguno con España, la madre patria común. El pueblo catalán, como nuestros pueblos indígenas, no pueden pretender solucionar los problemas de la sociedad de hoy invocando yerros o problemas de hace 500 años y Serrat lo comprendió desde muy joven. Afortunadamente nuestra cultura es hoy una construcción universal que influye y es influenciada por más de 500 millones de hispanohablantes. Su evocación de la poesía española, claramente, tuvo una connotación política frente a un régimen en que reclamar libertad o humanidad era delito. Lo mejor de Serrat, sin embargo, es su inmensa capacidad para comprender y expresar nuestros sentimientos; las grandes y “pequeñas cosas” del alma humana.
Su Penélope- que no es de él, pero la asume- se volvió himno de amor, constancia y lealtad- diferente a fidelidad-, dejando un testimonio sobre la manera como la conducta humana se transforma, pero principios como la lealtad se mantienen indelebles. Un relato que actualiza a la Penélope de Homero, sin cicatrices, pero con vivencias y sufrimiento, en pocas letras, como se aconseja en nuestros tiempos. Algo parecido ocurre con la adopción de poemas como Para la libertad del poeta pastor Miguel Hernández, convertida en himno de todas las generaciones, y Vencidos, de León Felipe, un registro de las derrotas del Quijote y de todos los abanderados de la Libertad, un hilo conductor en su testimonio de vida.
Al recordar a Serrat resultará imposible pasar por alto su complicidad hermandad y coincidencia con Joaquín Sabina, el más poeta de los cantores españoles y el más español de los poetas andaluces, quien renovó su vocación heterodoxa y lo convidó a pasar de pop, tonadas y baladas, decididamente, al rock y otras esencias. En ellos se juntaron todas las Españas, incluida la iberoamericana donde han cosechado seguidores que más parecen creyentes en dos tipos con más dudas y pecados que buena o mala fe.
Gracias, Serrat, por tanto. En esta época del reguetón y del perreo, sus creaciones y ejemplo de vida adquieren un inmenso valor. Ha sido la flor que pudo crecer en el desierto; las señoras que viven y aman en el mediterráneo o en cualquier lugar; la fiesta y los nombres que saben a hierba, igual en Macondo o en su Poble Sec natal. Una cincuentenaria oda a la alegría con ganas de retirarse sin lograrlo. Hasta luego, Joan Manuel, bienvenido siempre a nuestras vidas.