Honrarás a la izquierda

Melba Escobar
24 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.

Colombia es un país que ha aniquilado sistemáticamente a los candidatos de izquierda. Por lo mismo, me duele en el alma pensar que el exalcalde Petro pueda ser quien, después de opciones que terminaron en la muerte como Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo o Carlos Pizarro, llegue al poder. Un hombre tan vil que juega con el fuego de la lucha de clases como si ese fuese su as bajo la manga para ganar, no la explicación más profunda y compleja de la violencia en Colombia.

¿Cómo entender que el gasto de la ciudad aumentara $2,4 billones durante su mandato y, sin embargo, no haya construido un solo colegio, ni aumentado una cama de hospital? A la cuenta hay que agregarle la explosión de la nómina distrital, que incrementó un 40 % en contrataciones, y el desatino de Aguas de Bogotá, obligada a pagar millonarias multas y cuyo más reciente legado fue la crisis de las basuras que no termina. Está claro que lo de Petro es la retórica, no la ejecución.

Y hay que ver cómo reacciona. Aunque a menudo los ciudadanos preferimos callar, so pena de vernos amedrentados por una de las miles de cuentas fantasma en redes sociales desde donde su séquito intimida a quienes lo criticamos.

Y ahora riámonos del tiro por la culata que le salió a la derecha al inventar el término “castrochavismo” y acabar amedrentando a tanto libre pensador progresista que hoy se niega a hablar mal de Petro bajo riesgo de ser considerado del equipo de quienes acuñan ese término caricaturesco. Entonces no critiquemos a Petro, no lo antagonicemos, no sea que piensen que somos de los cavernícolas de la derecha.

Decisiones como la de aprobar leyes por decreto hieden a autoritarismo, pero ante afirmaciones como esta, sus seguidores se reducen a un eslogan: “Es que a Petro lo persigue la oligarquía”, como si habláramos idiomas diferentes, como si la lógica de causa-efecto fuese un asunto no probado, como si todo mesías, todo mártir de la patria, tuviese la potestad de estar siempre libre de pecado.

Los mismos que le defienden parecen haber olvidado “la política del amor” con la que llegó a la Alcaldía de Bogotá, un pregón tan cursi y desabrido que más parecía una canción de Ricardo Arjona que un programa de gobierno. No deja de sorprenderme viniendo de personas que podrían tener acceso fácil a la información sobre cómo Bogotá quedó en la quiebra tras su mandato, entre otras maravillas. Pero ese no es el tema. Ni eso parece interesar a nadie. Solo nos importa el discurso, mostrarnos o muy progresistas y abiertos al cambio, o muy mano firme y entregados a la prosperidad de concreto. La democracia parece haberse convertido en el macabro juego de elegir entre lo peor y lo peor. Lo peor de la derecha lo hemos visto, aunque sin duda aún puede seguir haciendo daño. Pero en cuanto a la izquierda, bien merecería llegar a la Casa de Nariño por la puerta grande, no en hombros de un déspota delirante que segrega y engaña mientras fabrica nuevos enemigos. Los extremos se tocan, eso no es nuevo. La izquierda en el poder sí sería algo nuevo, un momento muy esperado que ojalá, cuando tenga lugar, no irrumpa en el desengaño.

@melbaes

 

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