Hace unas semanas, un experimentado funcionario de la Naciones Unidas me hizo la siguiente pregunta: si los países latinoamericanos expresan a los cuatro vientos su insatisfacción frente a la situación en Palestina, ¿por qué no hacen algo al respecto? Algo así como pasar del dicho al hecho, poner el pecho, así ello sacrifique intereses propios. Es decir, demostrar aquello que en el lenguaje de las virtudes republicanas solía llamarse coraje.
El coraje plebeyo de pasar a la acción, así no tengamos el conocimiento pleno de la situación ni medios lo suficientemente poderosos como para garantizar que nuestra acción tendrá como resultado el fin ideal que se busca. En tal sentido, como suele ser el caso, aquellos que parecen ser los menos poderosos nos dan los mejores ejemplos de coraje y entereza ética. Como los estudiantes que, en las Américas, en Europa, también en Israel y en otros lugares parecen más capaces de ponerse en el lugar de los que sufren que quienes les gobiernan.
El pasado 30 de abril unos cien hombres enmascarados atacaron el campamento que los estudiantes de la Universidad de California en Los Ángeles habían establecido como acto de protesta ante la situación en Gaza. Las autoridades universitarias, sus guardias y la policía del campus observaron mientras la violencia se extendía. La prensa extranjera calificó lo ocurrido como “un asalto” tras “días de provocación y asedio” por parte de los enmascarados mientras que la mayor parte de la prensa estadounidense prefería no tomar partido. ¿Quiénes eran los enmascarados? De acuerdo con un artículo publicado en el diario británico The Guardian, el documentalista que estaba cubriendo protestas similares en el área de Los Ángeles, Sean Beckner-Carmitchel, los conocía bien. “Los he visto en los mítines de Trump… y en las protestas anti-LGBTQ.” Al contrario de los estudiantes pro-Israel que se reúnen durante el día para contrastar con los campamentos, estos personajes no llevan banderas azul blancas ni usan yarmulkes. Gritan: “¡USA! ¡USA!”, informa The Guardian.
Lo que parece escapar la atención del público es el significado de eventos como el ocurrido en UCLA: “Un grupo de vigilantes encapuchados asaltaron a ciudadanos jóvenes desarmados, y el estado permitió que ello ocurriese,” escribe Judith Levine. Lo que en seguida nos recuerda el episodio de la “gente de bien” de Ciudad Jardín en Cali, vestida de blanco y presta a atacar a jóvenes y los indígenas que protestaban durante el estallido social de Colombia hace apenas unos años. Un episodio que parece olvidado. Si hemos de llamar a las cosas por su nombre, pues eso es fascismo.
“¿Es esto lo que promete Trump en cada uno de sus mítines? ¿Es esto lo que cabe esperar si pierde las elecciones al final del 2024, o si las gana? ¿Ya han sido enviados los comandos de camisas pardas a las calles?”, se pregunta Levine. Por ello, cuando me preguntan acerca de la ruptura de relaciones con Israel por parte de gobiernos como Bolivia, Belice o Colombia, me pregunto si en vez de ser excesiva es más bien todo lo contrario, pues también en países como el nuestro los leopardos se preparan, acechan, y aprovechan los llamados del centro a la moderación.
Quizás el alto funcionario de Naciones Unidas tenía razón. ¿Será el momento de seguir el ejemplo de Trinidad y Tobago y reconocer al Estado Palestino? ¿No es ese acaso el punto en el que concuerdan Biden, Sunak, Starmer y todos los demás –la famosa “two-state solution”–? ¿Por qué entonces no pasan del dicho al hecho?
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