El pasado jueves en Escocia, el Enviado Presidencial de los EE. UU. para el Clima, John Kerry, hizo un llamado urgente a las naciones y pueblos del mundo acerca de la catástrofe climática que estamos presenciando.
“La Madre Naturaleza nos hace llegar un mensaje cada vez más desesperado. Una comunidad tras otra, un evento tras otro, confirman la propagación de espacios que ya no son habitables”, dijo.
Hablando frente al centenar de personas presentes en la Biblioteca Signet de Edimburgo y los millones más que seguían la transmisión televisada, Kerry insistió en el hecho de que la crisis climática no es un efecto temporal de cambios que ocurren en unos pocos lugares. Es global e indiscriminada en su capacidad de afectar poblaciones enormes en cualquier lugar del mundo.
El verano que termina lo hace evidente. Desde los interminables incendios forestales en Tenerife y Canadá hasta las inundaciones que han causado el desplazamiento de cientos de miles en India, China y otros puntos. Sin embargo, los políticos de moda en la derecha y la ultraderecha, como Milei en Argentina o Vox en España, insisten en que se trata de un engaño planeado por la izquierda para tomarse el mundo.
En cualquier otro momento, sería fácil hacerles a un lado como los mentirosos ridículos que son. Llamarles populistas, y pensar que esa actitud liberal basta. Pero dada la urgencia de los hechos y el impacto de la crisis, es necesario tomar muy en serio la amenaza que representa su creciente popularidad y capacidad para movilizar votantes y medios. Lo que pueda pasar en Argentina, en los Estados Unidos, si Trump ganase las elecciones, o en España, si el conservador Feijoo, supuestamente de centro, logra llegar al gobierno junto con Vox, no es un mero riesgo al que podremos adaptarnos.
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Las mentes progresistas y libres de los Estados Unidos lo tienen claro. Igual sucede en las llamadas pequeñas naciones, como Escocia. El gobierno y los jóvenes activistas reunidos allí este fin de semana reafirmaron su capacidad para formar alianzas y actuar en favor de la justicia social y climática con el fin de enfrentar a quienes desean pescar en el río revuelto de la desigualdad y la indiferencia de los poderosos para beneficiar los intereses de estos últimos al tiempo que se disfrazan de justos incorruptibles y demócratas.
Esto resuena en Colombia, donde los temas que en verdad importan pasan a segundo plano cuando los medios y la opinión privilegian el rumor y la lectura de las tragedias sociales y políticas en clave de melodrama. Ello distrae y desvirtúa, como lo advirtió en estos días Carolina Sanín en su excelente reflexión sobre los aciertos y desaciertos de la discusión política en clave literaria. El pasado jueves, Kerry se refirió a la necesidad de formas más precisas y diversas de sentir y hacer sentido. No tanto la precisión forense de la mera aplicación de precedentes y reglas dadas, sino aquella otra más fantástica que intenta hacer visible un futuro diferente para regresar al presente y transformarlo.
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“El futuro es por lo que estamos luchando,” dijo. “Puede parecernos intangible. Lo sé, es difícil imaginar la aflicción de un planeta entero… y las dificultades de la vida cotidiana nos lo impiden. ¿Cómo comprender en tales circunstancias que la humanidad toda está en peligro?”, agregó.
Ofreciendo a manera de ejemplo los pensadores de la llamada Ilustración escocesa, Kerry insistió en la necesidad de seguir argumentando y, como ellos, buscar otras formas de sentir y hacer sentido. Hoy sabemos que la Ilustración europea fue posible también gracias a la crítica que los pueblos indígenas de las Américas hicieron de las costumbres europeas durante la era de la expansión y el imperio. Necesitamos ese diálogo crítico y progresista entre naciones y pueblos, grandes y pequeños, no a los que vociferan desde las derechas y las ultraderechas cada vez más indistinguibles. Dicha toma de posición no es una cuestión ideológica. Responde a la urgencia de la crisis que nos confronta.
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