Nada más difícil que mover a alguien de sus certezas históricas, de las verdades personales que le aseguran su dignidad y que han impulsado la mayoría de sus acciones, tanto las que le producen orgullo como las que le causan vergüenza. Ahora, si ese alguien es una persona que lleva décadas en compañía de un grupo que piensa igual, encerrado en medio de una eterna cátedra, acompañado de una especie de mitología común y, además, convencido de las bondades generales y humanitarias de sus teorías y sus prácticas, pues tendremos una tarea cercana a lo imposible.
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