Motos asesinas


En Colombia, los motociclistas son los que más mueren en las vías, en buena parte porque no acatan las señales de tránsito y van como alma que lleva el diablo. Lo peor es que en su loca carrera están causando la muerte de cientos de inocentes peatones. Un informe de Santiago Torrado en El País América, señala que las motos “son el actor vial que más excede los límites de velocidad”. Y un estudio de agosto de 2023 informa que en Colombia uno de cada dos peatones fallecidos estuvo involucrado en un accidente con motociclistas.

Hace poco nos enteramos del fallecimiento de Constanza Ramírez Silva, una bióloga y economista que dedicó su vida a hacer investigaciones sobre las comunidades de los territorios más apartados. Constanza, que había llegado a Bogotá procedente de Honda, murió cuando salía de la Feria del Libro, atropellada por dos hampones en moto que huían después de haber robado a una mujer. En marzo de 2016, Mauricio García Villegas denunció, en una conmovedora columna, cómo su anciano padre murió atropellado por un motociclista en Medellín. De otras muchas víctimas no sabemos ni siquiera el nombre, como del par de ancianos que cruzaban tomados de la mano una calle en Engativá y fueron embestidos por un domiciliario que huyó. Solo sabemos que se debatían entre la vida y la muerte.

Cuando la víctima no muere, puede sufrir heridas graves, que suelen dejar secuelas. Fue lo que le sucedió a la reconocida abogada y periodista Ana Bejarano el año pasado, cuando una moto a gran velocidad la atropelló mientras cruzaba una avenida. Ana, que debió ser hospitalizada, tuvo una herida profunda en el cuero cabelludo, sufrió una lesión en la falange superior de un dedo de la mano derecha que nunca quedó bien, una fractura de tibia y peroné en la pierna izquierda, donde hoy tiene un tubo de titanio que le produce dolores intensos cuando la temperatura baja, y rotura de dos isquiotibiales del pie derecho en los que debieron insertar varios tornillos.

Todos hemos visto a motociclistas ir en contravía, transitar por las aceras, saltarse los semáforos. Las noticias dan cuenta a diario de la muerte de cientos de colombianos –muchos de ellos ancianos o niños– atropellados por motociclistas. Yo misma estoy escribiendo esta columna de milagro. Hace unos días, cuando el semáforo peatonal pasó a verde y me disponía a cruzar la calle, un brazo solidario, el de un desconocido que estaba a mi lado, me hizo retroceder abruptamente, salvándome de un rappitendero que había cruzado en rojo a una velocidad inconcebible.

Mauricio García, que reconoce que “las motos han sido una bendición para mucha gente pobre”, ha denunciado en sus columnas la falta total de regulación de estos vehículos, que han proliferado de manera escandalosa no solo porque son baratos, sino por la incapacidad del Estado de garantizar un transporte público digno y eficiente. Por su número, muy superior al de los automóviles, los moteros se han convertido, además, en una fuerza de presión importante. Urge que los alcaldes, que les tienen terror cuando amenazan con paro o con bloquear las calles, les pierdan el miedo y busquen estrategias para detener esta forma de inseguridad, que se suma, por desgracia, a las muchas otras que el indefenso ciudadano debe sortear día a día.