La memoria también es una facultad literaria. El escritor francés Patrick Modiano nos ha acostumbrado en sus novelas a penetrar en un perpetuo pasado, que se ve a distancia, que tiene la presencia del escritor-autor-narrador que va mostrando, por escenas, como en una película, imágenes que de otra manera no pudieran apreciarse porque ya han dejado de existir y solo son parte de una evocación, de un recuerdo que hay que reconstruir con el tono brumoso de la melancolía.
Modiano, Nobel de literatura (galardonado por su aporte de “memoria e identidad”), acude en sus obras a pesquisas policíacas o de reportero investigativo, con fuentes documentales, el cine, la radio, y con el recurso de la memoria de ciudad. Calles, edificios y barrios parisinos surgen desde otras dimensiones temporales, se establecen en un presente narrativo y con saltos adelante y atrás, como acontece en Libro de familia.
Publicado en 1977, ya Modiano se adelanta a procesos narrativos en el que el “yo” es parte de la ficción, de lo autobiográfico y novelesco, de una mezcla que trasciende la realidad y crea nuevas maneras de contar. Los personajes, algunos ya muertos, recuperan sus viejas formas y voces, los trajes, las comidas y los vinos, el transporte, las angustias y usos de habitar, de vivir, de soñar y también de amar.
La paleta de Modiano es a veces impresionista. Expresionista en otros momentos. Hay en sus historias dosis de realidad y de inventiva. Sus paisajes están bajo la niebla, o en una piscina, en un cuarto de hotel, en un cine, en la tensión de lo inesperado. Deja en sus pinturas, en su arte novelesco, buena parte a la imaginación del lector, que debe completar escenarios, sentimientos, direcciones, arquitecturas…
En Libro de familia, en el que el narrador es el mismo Patrick Modiano, podemos estar en un momento en Roma, y jugar a las cartas que, en Italia, se llaman los póker o barajas Modiano, muy populares; en otro instante, nos asomaremos a Túnez, o una Alejandría imaginada, y nos moveremos, a veces en tren, otras en auto, también a pie, por paseos y calles parisinos.
La novela se inicia con un nacimiento, el de la hija de Modiano (después escribirá una novela infantil sobre ella y otras niñas, Catherine) y culmina con la imagen de la chiquilla cuando ya tiene un año. El comienzo tiene toda la fuerza en el registro civil, sobre todo de una niñita cuyo padre, y más aún, sus abuelos, por ser judíos, sufrieron distintas peripecias para obtener sus documentos de identidad, y aun para tener identidad cultural, en momentos históricos de persecuciones y ocupaciones.
Ha narrado, en distintas obras, los días de espanto de la Ocupación nazi en Francia, en especial en París. Hay un encuentro con los campos de concentración, las redadas policiales, las batidas. Desde su Trilogía de la Ocupación hasta la dolorosa Dora Bruder, el nazismo, el colaboracionismo y los intentos por sobrevivir de los perseguidos, están en su temática que, según Henri Astier, del Suplemento Literario The Times, “es un tesoro nacional de Francia desde hace décadas”.
Libro de familia es una novela escrita con las técnicas del thriller, en una sucesión de acontecimientos con personajes que llegan a la memoria del narrador, y él los reconstruye en tonos sepias, en tonos grises, pero también con el colorido audaz del conocimiento que el autor tiene de calles, cafés, hoteles, viejos teatros y de un mundo que ya no es.
Modiano nos pasea por distintas épocas y situaciones, por edificios de apartamentos, por casas y cuartos, que albergan una memoria, un tiempo extinguido. No es gratuito el epígrafe de la obra, una frase de René Char: “Vivir es empeñarse en llegar hasta el remate de un recuerdo”. Tiene momentos conectados con el amor, el arte, la escritura, la música, el cine, y todo envuelto en una pesquisa constante, a veces detectivesca.
Lo autobiográfico prevalece en las novelas de Modiano al servicio de las estructuras literarias, de los personajes, de unas puestas en escena que, con criterio y sugerencias dosificadas, crean un ambiente brumoso, del que no se puede escapar. Están los principios literarios del escritor que, a los diecisiete años, escribe “Las vidas de Harry Dressel”, misterioso cantante y actor que muere incinerado en un incendio en Egipto, como las peripecias del tío Álex, un “hombre de ninguna parte”, que quiere comprar un molino “con estilo y todas las comodidades” en un “pueblecito delicioso”.
Hay fantasmagorías, vacíos existenciales, climas sugestivos, una muchacha que ama al joven Modiano, pero se marcha con un magnate argentino, que le triplica la edad, y que hace exclamar al narrador: “Noté una impresión de vacío que me era familiar desde pequeño, desde que entendí que las personas y las cosas lo abandonan a uno o desaparecen algún día”.
El lector se choca con la desolación, cuando el autor, en octubre de 1973 (se está desarrollando la guerra de Yom Kipur), cree que, tras salir de una librería en la calle de Marivaux, algo en él se estaba acabando: “¿mi juventud?”, se pregunta. Y es en ese instante cuando puede interrogarse acerca de cuándo fue el momento crucial en que sintió en su vida que la juventud —la suya— era ya parte del pasado.