Tres espectros

Rodolfo Arango
07 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Tres espectros gravitan en el horizonte de Colombia: la dictadura, la corrupción y la violencia. Venezuela simboliza la primera, la política partidista la segunda y el affaire Uribe-Samper la tercera. Requerimos de un gran esfuerzo para neutralizar esta trilogía fantasmagórica y transformarla en un aprendizaje democrático que devuelva la esperanza en un país mejor. A nuestro favor están la inteligencia, la tenacidad y el buen ánimo de las grandes mayorías nacionales.

Venezuela no es ya más una democracia. La decisión de asumir funciones legislativas por parte del Tribunal Supremo y la represión posterior han hecho trizas su Constitución. Esto porque para tener una es necesario el respeto de los derechos y la separación del poder público. Tampoco en Colombia ha existido una auténtica democracia. No obstante, los esfuerzos para superar medio siglo de confrontación armada son un paso en la dirección correcta. Acierta Francisco Gutiérrez Sanín en su última columna en este diario al advertir que quizá el retorno a la democracia en el hermano país tomará tiempo (http://bit.ly/2taxXFr). Duele ver que mientras nosotros salimos de un conflicto armado, Venezuela parece introducirse en uno con desenlace incierto.

La democracia presupone diversidad, alternación, cambio. Es un sistema de ensayo y error para escoger igualitariamente a quienes lo pueden hacer mejor en beneficio de toda la población. Grave corrupción carcome la democracia cuando se intenta instaurar el engaño en las elecciones. Permitir el transfuguismo de congresistas de unos partidos o movimientos políticos a otros impide el control político de los congresistas repitentes, escamotea la responsabilidad política, anarquiza los partidos y confunde al elector. Una democracia auténtica supone la posibilidad real de premiar o castigar las ejecutorias de los representantes y partidos políticos al momento de renovar los cargos de dirección del Estado. El gobierno de la vida social no puede recaer en quienes hacen de la trampa una forma común de comportamiento.

La rabia y el odio acumulados entre “enemigos” puede tener un desfogue reglado que evite nuevas violencias. Los medios de comunicación pueden cumplir un papel primordial para la reconciliación, desincentivando la apetecible rencilla, así la tribuna la busque y celebre. No es fácil hacer del debate político un escenario donde prime el intercambio de razones y no de lesiones. Ahí radica precisamente el desafío: en no sucumbir al amarillismo y al morbo y en fomentar la discusión pública racional. ¿Quién negaría la rentabilidad electoral de exacerbar odios o cultivar miedos? Buscar el apoyo de la voluntad mayoritaria en planes y proyectos bien sustentados sobre los grandes problemas nacionales supone madurez y arduo trabajo. Por fortuna tenemos ejemplos loables, como el de Sergio Jaramillo, que muestran cómo una Colombia más justa, solidaria y en paz es posible.

Espantar los fantasmas y convertirlos en gama de colores diversos que vibran a diferentes longitudes de onda es un objetivo ambicioso, pero no inalcanzable. Los avances en deporte, arte, literatura y educación iluminan el sendero; también lo hacen la alegría y la capacidad de perdón de generaciones cansadas del resentimiento y la arbitrariedad. El desafío no radica en la magnitud de los espectros sino en la ausencia de una voluntad unificada para ahuyentarlos. Por fortuna, una población con creciente nivel educativo posee la imaginación y decisión para lograrlo. Doscientos años de construcción de una accidentada institucionalidad democrática sirven de antídoto contra la violencia y la mentira, de derecha o izquierda, por poderosas que ellas parezcan.

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