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En honor al defensor Jorge Luis Solano

Santiago Villa
05 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Estamos viviendo una tragedia que no se veía desde las épocas más duras del paramilitarismo, y desde el exterminio de los políticos y militantes miembros de la Unión Patriótica. Es un problema de dimensiones abismales, que el Gobierno y su partido no están tratando con la urgencia que merece, quizás porque los muertos son opositores o no son de su movimiento. Otra sería la respuesta y otras las manifestaciones de repudio si lo fueran.

El más reciente asesinato ha sido el de Jorge Luis Solano, incansable defensor de derechos humanos de Ocaña. Su muerte el 3 de noviembre en su casa, a manos de criminales, me deja sacudido y conmovido, pues fue mi primera fuente cuando viré del periodismo cultural hacia los temas y las tragedias del conflicto armado.

Nos conocimos en agosto de 2009, en el comedor del hotel donde me hospedé en Ocaña. Fui con el objetivo de hacer un reportaje sobre la violencia en Norte de Santander. Iba como periodista independiente pero con el respaldo de El Espectador, a quienes tenía la intención de ofrecer la nota.

Mi ambición un tanto excesiva era contactar a alias Megateo, el entonces cabecilla de un frente del Ejército Popular de Liberación que no se desmovilizó y que controlaba una porción importante de los cultivos de coca y el narcotráfico en la zona del Catatumbo. Por medio del valiente Wilfredo Cañizares (por quien ahora temo más que nunca), llegué al defensor de derechos humanos Jorge Luis Solano, para ver desde Ocaña cómo armaba una historia. Yo aún no le había dicho a nadie cuál era mi plan o, mejor, mi ingenua idea.

Cuando se la conté a Jorge Luis, sacudió la cabeza, como si le hubiera dicho que quería encontrar a Osama bin Laden. Entonces me dijo:

“¿Y es que usted no sabe lo que está pasando aquí en Ocaña?”.

Fue el comienzo de un recorrido en la parrilla de su moto por distintos puntos del municipio, donde recogí los testimonios de familiares de jóvenes que habían sido asesinados durante los últimos días, y de comerciantes asolados por la extorsión. Jorge Luis quería que el país supiera que en Ocaña comenzaba a librarse una guerra que luego estaría en los titulares nacionales, pero de la que hasta entonces no se había escrito.

Después de una relativa calma, resultado de la desmovilización de los paramilitares en el año 2005, se había desatado una ola de asesinatos (digo “relativa”, porque en la ciudad hacían presencia las Águilas Negras de ese entonces, que no son exactamente las mismas de ahora, aunque comparten su vertiente paramilitar). El motivo: el grupo de los Rastrojos, compuesto por paramilitares que no se desmovilizaron, le disputaba el territorio a las Águilas Negras, también compuesto por paramilitares que no se desmovilizaron. Eventualmente los Rastrojos ganarían. Más tarde llegarían los Urabeños, como un eslabón más en la cadena perpetua de ocupaciones narcotraficantes. Y así hice mi primer reportaje sobre el conflicto armado.

Jorge Luis Solano hablaba rápido y reía casi todo el tiempo, a pesar de su desoladora tarea como defensor de derechos humanos, o quizás por ella. En el recorrido siempre incompleto que he hecho de este país, con frecuencia son las personas que más riesgo corren denunciando a criminales las que tienen el mejor sentido del humor. Será la salvaguarda que los mantiene cuerdos, o la gracia esencial de quien transita caminos nobles en un país asolado por salvajes.

Este es un homenaje necesario. Lo mínimo para una persona que ha dedicado décadas a una labor tan ingrata que por ella terminó asesinado. Pero al hacerlo es inevitable pensar en quién sigue, cuántos más quedan antes de que se detenga esta masacre, que es un torrente de sangre que nos lleva por delante y corroe los cimientos del altruismo, sobre los que esperábamos construir un camino hacia la paz. Lo que está muriendo a bala es la estructura de nuestra sociedad civil. Ha pasado más de una década desde ese reportaje y es como si no avanzáramos. Seguimos como cuando lo conocí, entre los rastrojos.

Colombia no puede mantenerse a flote si tras este huracán de violencia no nos quedan más jorges solano.

Twitter: @santiagovillach

 

Manuel(75613)05 de noviembre de 2020 - 04:38 a. m.
Leo El Tiempo, sobre todo opiniones, columnistas; Leyéndolo a Ud., quien emplea mucho espacio ( aburre ), para contar que es de izquierda, entiendo porqué El Espectador y para quienes curioseamos medios, seguirá subjetivo.
  • Duncan Darn(84992)05 de noviembre de 2020 - 04:52 p. m.
    Creo que buscando su tipo de"objetivismo", deberá sentarse a escuchar al héroe de invercolsa en su Hora de la verdad. Quizá no se aburra y sacie su curiosidad. Pero igual, seguirá peor de subjetivo.
  • Mar(60274)05 de noviembre de 2020 - 05:05 a. m.
    Será porque los uribistas son tan objetivos?
Walter(32014)06 de noviembre de 2020 - 12:19 a. m.
Este es otro genocidio. El mismo modus operandi que nos trae a la memoria la desvergonzada alianza entre paramilitares y fuerza pública bajo el macabro manto de impunidad. Pobre país tan lejos de Dios y tan cerca de Uribe.
Alberto(3788)06 de noviembre de 2020 - 12:09 a. m.
Conmovedor relato. Angustiante y desoladora realidad.
UJUD(9371)05 de noviembre de 2020 - 03:09 p. m.
El país es un mar de sangre, el vampiro de Rionegro (antes de él era Rioclaro) no se sacia, sus socios necesitan despejar el camino para sus negocios de narcotráfico , minería, tierras....
william(gn8c6)05 de noviembre de 2020 - 10:38 a. m.
Cito textualmente a S. V., …"cuando 'viré' del periodismo cultural hacia los temas… del conflicto armado". Llama la atención el uso muy cubano del 'vire' en alguien que viene del maoísmo y que parece haber recibido un curso de periodismo de un cubano del G2.
  • Duncan Darn(84992)05 de noviembre de 2020 - 04:53 p. m.
    ¿Eres tú , Esceptico?
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