La propaganda política ha simplificado en exceso las posiciones de los grandes autores. Adam Smith se volvió un apologeta sin límites, casi infantil, del capitalismo, mientras Marx se convirtió en un crítico feroz que no hizo la menor concesión a dicho sistema.
Ambas caricaturas solo disfrazan intereses burdos y no coinciden con la evidencia textual. A pesar de eso, son defendidas con fervor por muchas personas, debido a que es lo que aprendieron de oídas o en la universidad, y les parece herético, incluso ignorante, que alguien proponga otra lectura.
Marx era ambivalente frente al capitalismo. Sus críticas no se olvidan nunca de la grandeza económica de dicho sistema económico. Esto parece contraintuitivo, pero hay pensadores marxistas como Bill Warren que continuaron ese legado, al punto de encontrar aspectos positivos en el imperialismo capitalista.
Es extraño que la visión común de Marx se conforme con la idea de que no admiró nada de la burguesía y el capitalismo, puesto que su texto más famoso, el Manifiesto comunista, es la prueba más bella y elocuente de que estaba deslumbrado con las dos cosas. En él, Marx explica que la burguesía tuvo un rol “verdaderamente revolucionario”, con lo cual quiere decir progresista.
En efecto, nos dice que “la burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas”. Destruyó el feudalismo, desgarró la ideología religiosa que permitía la explotación medieval, nos enseñó “cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre”, llevó el comercio a todas partes del mundo y la civilización a los lugares más bárbaros.
(El último punto recuerda, por cierto, un pasaje del cap. IV de La riqueza de las naciones, en el que Smith dice que el comercio y las manufacturas gradualmente introdujeron el orden y el buen gobierno en lugares que antes estaban plagados por la guerra y la servidumbre).
La burguesía, para Marx, era digna de elogios superlativos.
Lenin, aunque era igualmente crítico del capitalismo, no solamente importó el taylorismo y el fordismo a la Unión Soviética sino que, junto a Stalin, llamó a los capitalistas estadounidenses para que les enseñaran a construir fábricas, represas e hidroeléctricas, cosa que hicieron. Hubo una enorme transferencia de tecnología estadounidense hacia la URSS de manera pagada. En otras palabras, los líderes revolucionarios hicieron un gigantesco negocio con los capitalistas estadounidenses.
Para 1927, por ejemplo, 85 % de los tractores soviéticos eran construidos por Ford. En 1931, las importaciones empezaron a disminuir porque los soviéticos producían tractores de diseño americano, en plantas pensadas por ingenieros estadounidenses como Albert Kahn (si usted quiere saber más, este artículo en inglés lo explica muy bien todo).
Stalin mismo dijo que “la combinación de la Revolución rusa con la eficiencia estadounidense es la esencia del leninismo”.
Si Smith era crítico de los empresarios, aunque fuera un defensor moderado de lo que él llamaba las “sociedades comerciales”, es decir, burguesas, Marx era un gran admirador de la productividad y eficiencia capitalistas, aunque fuese un crítico duro del capitalismo y tuviese una capacidad asombrosa para detectar todas sus fallas y contradicciones. Lo mismo puede decirse de Lenin.
A algunos les gustaría que estos grandes pensadores fuesen simples, caricaturescos, burdos como un bodeguero de redes sociales. Y se molestan cuando les dicen que no es así. Pero para nuestra fortuna dichos pensadores eran capaces de análisis complejos que detectaban las contradicciones y problemas incluso de aquello que admiraban.