La dinastía Rojas

Álvaro Camacho Guizado
31 de octubre de 2007 - 05:12 p. m.

La costosa separata que publicó El Tiempo el domingo pasado, en la que el candidato Samuel Moreno informa sobre el programa anapista de su eventual alcaldía, confirma las sospechas que muchos simpatizantes del Polo han venido expresando.

En efecto, quien la leyó con alguna atención se dio cuenta de que el programa de Samuel Moreno contiene una apología de las ejecutorias de su familia, de su ilustre abuelo y su no menos ilustre madre, fundadores e inspiradores de la Anapo. Que su abuelo hubiera mandado a hacer El Dorado y unas cuantas obras más; que su madre también hubiera organizado la construcción de muchas casas, es cierto, pero no suficiente para elevarlos a la categoría de próceres.

También es cierto que durante el gobierno del general Rojas Pinilla el Congreso estuvo cerrado, que el suyo fue un régimen de clara hegemonía militar, y que no ahorró esfuerzos para buscar su reelección como Presidente, creando así el antecedente del gobierno actual, tan duramente criticado por el Polo a este respecto. Es cierto también que durante sus años en el poder se revivió la violencia contra campesinos, como lo recuerdan, por ejemplo, los sobrevivientes de varias poblaciones del Tolima.

Y respecto de su ilustre progenitora, hay amplia documentación acerca de su gestión como hija del Ejecutivo, de sus iniciativas en Sendas. Y, claro, también hay documentación sobre su papel en el Instituto de Crédito Territorial, pero no estoy muy seguro de que se deba exaltar a quien simplemente cumplía con su deber.

Juntos, abuelo y madre fundaron la Anapo, una rara y abigarrada combinatoria de ideologías, siempre presidida por una orientación claramente populista de derecha. Que la Anapo tenga un espacio evidente en la memoria de muchos bogotanos, que constituyen el mayor caudal electoral del candidato, responde no tanto a la eficacia de ese partido para canalizar aspiraciones populares, sino al abandono al que fueron condenados por los gobiernos del Frente Nacional, durante el cual la señora María Eugenia fue funcionaria.

Pero esto no significa que abuelo y madre fueran izquierdistas y demócratas, por lo que el esfuerzo del nieto e hijo por hacerlos aparecer como si lo fueran parece bastante errático. Si hay algún parecido entre esa Anapo y el Polo, estamos perdidos. Flaco favor se le hace al Polo con esta estrategia, y por eso es justificable preguntarse si los dirigentes, militantes y simpatizantes de la organización comparten la intención del candidato de revivir la Anapo a través del movimiento que lo lanzó de candidato.

Pero hay algo más preocupante aún en esa separata: parecería que la intención de Samuel Moreno al exaltar a sus parientes cercanos fuera la de convencer a los colombianos de que estamos ante una nueva dinastía familiar. O sea, que ahora tendremos que sufrir La Casa Rojas, al lado de las Casas Lleras, López, Pastrana, Turbay.

Que los miembros de esas dinastías hayan ejercido el poder durante largos años es explicable: las prácticas de sucesión presidencial en el país han institucionalizado las herencias políticas de sangre, y los delfines han sabido aprovechar los nombres de sus ilustres progenitores para conquistar y mantener los poderes y privilegios familiares, independientemente de sus dotes intelectuales.

Puede ser que algunos logren que sus nombres se asocien con casas, y en eso juegan tanto los orígenes aristocráticos como los apetitos arribistas. Pero que alguien que aspira a llegar al segundo cargo en importancia en el país a nombre de una izquierda moderna que propugna por un relevo en las formas de hacer política tenga esas pretensiones dinásticas, es de verdad alarmante.

Sólo falta que, para ser verdaderamente consecuente con esas aspiraciones a formar parte de la realeza nacional, Moreno se compre una casa en Anapoima.

 

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