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Comida rápida, sexo veloz

Reinaldo Spitaletta
30 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

Desde que el tiempo se convirtió en oro, el mundo ha perdido muchas gracias.

Hoy, cuando el imperio de la velocidad nos marchita más rápido la piel y el alma, el mundo parece estar más hecho para el olvido que para la memoria. El capitalismo, que enajenó el trabajo y lo volvió carga y un modo de la involución humana, sabe o cree saber que mientras más ocupado se mantenga al hombre, este se convertirá con rapidez y sin enojos en un ser gregario, uno más de la granja, alguien para quien pensar es una traición y no una conquista.

Medir el tiempo de la producción conllevó a que el trabajador se transmutara en parte del sistema, como lo muestra, por ejemplo, el filme Tiempos modernos, de Chaplin. Producir más en menor tiempo, es la norma de la eficiencia capitalista, y en ese ritmo, en el que uno, además, es un tornillo, una polea, una tuerca, en fin, en ese ritmo infinito el hombre no es más que una parte de la máquina. Solo tiempo para el trabajo. Lo demás, puede ser parte del pecado, de las angustias existenciales, del descontento y la desobediencia. De una reflexión peligrosa.

Bien lo decía Plauto, el comediógrafo latino, doscientos años antes de nuestra era, cuando anhelaba que los dioses confundieran al primer hombre “que descubrió la manera de distinguir las horas”. Andamos a muchos kilómetros por hora. No hay tiempo para las digestiones ni los abrazos. Y menos para el ocio, que de practicarse puede ser visto como herejía en tiempos en los que no hay tiempo para esas desviaciones blasfemas. Que los dioses (seres sin tiempo) confundan también a quien en este lugar -vuelve Plauto- “colocó un reloj de sol para cortar y destrozar tan horriblemente mis días en fragmentos pequeños”.

Hoy, unos pocos que se detienen a mirar el cielo, se preguntan a qué tanta prisa; por qué hay que almorzar a toda velocidad para volver a seguir con una tarea que nos obliga a olvidar la casa (el lar), el amigo, la mujer, el libro, etc. ¿Por qué hacerlo todo a contra reloj? ¿A dónde quieres llegar primero? Por qué tenemos que caer en la horripilancia de la comida rauda, del sexo rápido, de la muerte acelerada, como aquel japonés que trabajaba noventa horas a la semana y que se murió a los veintiséis años sin haber visto una película, ni leído una novela de ritmo lento, ni escuchado un movimiento larghetto de alguna sinfonía… Lo mató el karoshi, o la muerte por exceso de trabajo.

Hoy, aparte de la excesiva vigilancia y espionaje, nos cronometran. Nos “destrozan los días”. Creemos que el tiempo hay que consumirlo a alta velocidad. “El tiempo corre más que vos, alcanzalo, pedaleá más rápido”, nos dice la cultura de la inmediatez. Hoy los médicos diagnostican la “enfermedad del tiempo”. Ya lo anunciaba en 1883, Paul Lafargue, en El derecho a la pereza: el trabajar en exceso nos brutaliza, nos mata todas las bellas facultades interiores y solo nos deja viva “la furiosa locura del trabajo”.

Quizá haya que volver a la lentitud creativa y reflexiva. Volver a Proust y Musil, a Mann y Faulkner, a Kundera y el renacimiento italiano. A comer despacio y bien masticado. “La comida, como todo lo demás, ha sido secuestrada por la prisa”, advierte el periodista Carl Honoré en su Elogio de la lentitud. Ahora es altísima la velocidad para destruir el planeta. Según el movimiento Slow Food, hoy son menos de treinta plantas las que proporcionan la materia prima para el 95 por ciento de la nutrición mundial. En el siglo XX se extinguieron 250.000 especies de plantas.

Somos víctimas (o esclavos) del tiempo. De un tiempo impuesto por la cultura de lo desechable, de lo que no deja huella (o sí, mucha basura), de aquella que solo admite lo ligero, lo que engorda sin nutrir, lo que nos monta en el vértigo de la velocidad sin historia, sin memoria. Nos homogenizaron. Somos la muchedumbre aconductada. Y muy veloz. ¿Tendrá posibilidades la sabia lentitud? Lo advertía un viejo filósofo: buscamos el placer a tanta velocidad, que pasamos de largo por su lado, sin dársenos nada. ¡Feliz Año Nuevo!

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