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¿Cómo lo hace?

Arlene B. Tickner
18 de febrero de 2015 - 04:07 a. m.

Ha hecho ruido en estos días la decisión de Barack Obama de pedir autorización al Congreso estadounidense para intensificar la lucha contra el Estado Islámico (EI).

Sin embargo, la verdadera noticia es la creciente presencia internacional que tiene este grupo y la inefectividad de las soluciones de fuerza empleadas hasta ahora para combatirlo. En menos de un año ha crecido más allá de su base inicial en Irak y Siria, adquiriendo franquicias en Afganistán, Argelia, Egipto y Libia. Se teme que este último país, en donde fueron decapitados 21 egipcios cristianos coptos, se convierta en punta de lanza para afianzar su presencia en el norte de África. ¿Cómo lo hace?

A diferencia de Al Qaeda, del que ha copiado y perfeccionado muchas tácticas operativas y de reclutamiento, EI no se ha quedado sólo en la crítica del intervencionismo occidental sino que ha planteado el califato como forma alternativa de comunidad política que contrasta con los gobiernos corruptos y “títeres” de Estados Unidos que existen en el mundo islámico. Lejos del grupo “irracional” que se describe regularmente en los medios, actúa con intención calculada y estratégica, en especial en lo que se refiere al uso de la violencia, cuyo objetivo no sólo ha sido generar shock y desestabilidad, sino cultivar el resentimiento colectivo.

Desde los trajes anaranjados puestos a las víctimas de las ejecuciones que practica —los mismos utilizados por los prisioneros de Guantánamo y otras cárceles clandestinas— hasta las imágenes y los discursos que acompañan los actos más atroces, la “ofensiva mediática” de EI evoca la “justicia” de la venganza. Además de que este mensaje tiene innegable eco a la luz de las guerras en Afganistán, Irak y Libia, el uso de métodos brutales como la decapitación, la crucifixión, la amputación de manos, el apedreamiento y la ejecución de homosexuales, no se ha visto del todo como “extraordinario” por el hecho de que ya son practicados por algunos países, entre ellos Arabia Saudita.

Cabe preguntarse hasta qué punto la barbarie se ha empleado para provocar a Estados Unidos, Europa y los “satélites” de Occidente en la zona, a sabiendas de que sus predecibles respuestas militares pueden terminar acentuando los sentimientos antiestadounidenses y empoderando a EI. De ser así, la inmolación reciente de un piloto jordano, “condenado” por participar en los bombardeos de la coalición liderada por Obama en Siria, podría leerse como un error táctico, ya que suscitó el rechazo unánime entre clérigos islámicos y gobernantes, reforzando a su vez la voluntad de países como Jordania, Turquía, Egipto, Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes de combatir al grupo.

Aun así, qué hacer con el Estado Islámico y, en general, el yihadismo radical, sigue siendo una incógnita. Por más que Occidente no puede quedarse de brazos cruzados, el uso de la fuerza durante el período pos 11 de septiembre ha sido inútil y contraproducente. Y mientras la imagen de Estados Unidos no mejore, no entienda éste que regímenes autocráticos como Arabia Saudita, Baréin y Egipto no son sinónimo de seguridad sino todo lo contrario, y los regímenes de Oriente Medio y el Norte de África no adquieran mayor legitimidad ante sus poblaciones y abandonen la represión a la oposición, discursos como el de EI seguirán siendo atractivos. Queda por verse si la cumbre internacional convocada esta semana en Washington sobre el “extremismo violento” arroja algunas luces.

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