Concervezatorio

Juan David Zuloaga D.
08 de marzo de 2017 - 09:15 p. m.

El jueves pasado tuvo lugar en Medellín una de las protestas más inteligentes y más sutiles que contra el nuevo Código de Policía se hayan hecho desde su reciente aparición.

Una aglomeración pequeña y pacífica se reunió en el Parque del Poblado, cerveza en mano, para debatir sobre los usos del espacio público y los límites y los abusos del nuevo Código. Se valieron de un neologismo ingenioso («concervezatorio»), que conjuga la palabra «cerveza», amarga y agradable, con el peruanismo «conversatorio», empalagoso y feo, para dar a luz a la nueva voz. Se trataba de una reunión, en plena ágora, con el fin de discutir sobre la prohibición de beber en el espacio público, amén de otras arbitrariedades criticadas por tantos y conocidas por todos. La asamblea la custodiaban, con el debido cuidado, agentes del ESMAD.

Enviar al ESMAD a acompañar a 20 personas que conversan en una plaza no puede ser considerado sino como un despliegue inapropiado y hasta desproporcionado de fuerza por parte de un Estado que tiene todos los visos de ser neurótico. La respuesta del neurótico, como se sabe, no suele guardar proporción con el estímulo que la suscita. Pero otros rasgos vienen a sumarse a la neurosis estatal: su vigilancia continua; su penetración en todas las esferas de la vida privada; su suspicacia o su recelo frente a todas las acciones de los ciudadanos, hasta las más ingenuas como sentarse a dialogar y a debatir en un parque público. Además de su previsión, su anticipación, su interés morboso por las personas, su legislación sin coto…

Pero hablaba de las respuestas desmedidas del Estado neurótico. Hace ya unos meses, en esa misma ciudad —la anécdota la narró Héctor Abad Faciolince en columna titulada El cinturón de castidad—, los agentes del orden declararon la alerta roja en el Metro de Medellín porque 11 jóvenes se apostaron en una de las plataformas del sistema a leer poesía y a leer La desobediencia civil de Henri David Thoreau. Pasaban uno tras otro los trenes y los muchachos, impertérritos, no interrumpían su lectura. Sí inquietaron un poco y se impacientaron mucho los operarios del metro y los vigilantes públicos y privados. Les avisaron por los parlantes que si no esperaban a nadie debían aguardar en los torniquetes y no en el andén; se miraron unos a otros y se respondieron que no esperaban a nadie y continuaron con su lectura. Se declaró la alerta roja. Los lectores subieron en el siguiente tren, pero ya era tarde porque se había decretado un operativo para bajar a los pasajeros y evacuar la estación.

No fue muy distinta la situación del jueves anterior. Los circunstantes abrieron el debate, pero no la cerveza; ocurre, sin embargo, que ni la Policía ni el Estado neurótico entienden de matices. Por eso terminaron la velada acompañados del ESMAD. Culpa de ellos. Cómo se les ocurre a esos delincuentes —cuando por fin la paz quiere asomarse en el horizonte de este país en guerra—, cómo se les ocurre a esos belicosos ponerse a conversar pacíficamente en un parque bajo la luz de la luna; cómo se les ocurre a esos desalmados, quizás enseñándoles malas costumbres a nuestros jóvenes que ya no leen y no saben leer, cómo se les ocurre ponerse a leer poesía, en un lugar público, a plena luz del día… y con el Estado neurótico acechando.

@Los_atalayas, Atalaya.espectador@gmail.com

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