Conflictos, aplausos y chiflidos

Francisco Gutiérrez Sanín
16 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

No todas las semanas se puede decir en Colombia que haya habido dos eventos muy positivos. Pues en esta sí. El primero fue el comienzo del desarme de las Farc. Cuando se mira en retrospectiva, sorprende lo increíblemente ordenado, serio y sistemático que ha sido este proceso de paz.

El segundo: el procurador organizó un evento para analizar el asesinato de defensores de derechos humanos y líderes sociales. La estupenda intervención de Carrillo no solamente ofreció diagnósticos precisos, sino que dio en el clavo en términos de recomendaciones de políticas públicas, comenzando por la necesidad de construir un conteo oficial con el acompañamiento de líderes y víctimas. En su informe sobre violencia letal contra líderes rurales, el Observatorio de Restitución y Derechos de Propiedad Agraria ha propuesto otras medidas, que podrían comenzar a implementarse ya. Carrillo le ha devuelto el peso moral a la Procuraduría, y tiene además el músculo institucional para promover cambios positivos: el primero sería el reconocimiento de la sistematicidad del fenómeno. Esto NO deteriora ni deslegitima al Estado; por el contrario, como ha destacado Carrillo, implementar estrategias efectivas de preservación de la vida de los liderazgos sociales es un paso fundamental para la construcción de nuestra sociedad y nuestro Estado en el posconflicto.

No hay que dejar que el impacto de uno y otro evento sea ahogado por la extraña escandola que se formó alrededor de la pertenencia de Belén de Bajirá a Antioquia o a Chocó. El señor Luis Pérez, una persona que cree a pie juntillas que Maluma es un poeta, y que es a la política precisamente lo que Maluma es a la poesía, ahora quiere meterle al país el cuento de que estamos ante un evento de dimensiones terroríficas, que constituiría un “despojo” y un “desmembramiento”. Lo que me asombra es que la prensa parece dispuesta a servirle de caja de resonancia. El discurso del procurador, que marca un hito, no recibió la atención que merecía, las babas venenosas de Pérez acapararon los titulares.

Pongamos las cosas en su justo lugar. Primero, en efecto Colombia tiene identidades departamentales que son fuertes y tienen un gran arraigo histórico: Antioquia y Chocó son buenos ejemplos de ello. Pero, segundo, esas identidades han convivido con límites perfectamente flexibles. Caldas, Risaralda y Quindío pertenecieron a la gran Antioquia; en algún momento se separaron, y no por eso hubo tragedia, ni drama, ni vestiduras rasgadas. Ni Antioquia dejó de ser Antioquia. Tercero, hay toda una cantidad de paisas que están haciendo un llamado a la razón. Vi por ejemplo a un profesor de la Universidad Nacional sede Medellín diciendo tranquilamente que la delimitación del IGAC le parecía bien.

Y cuarto y fundamental, ¿dónde está el maldito problema? Belén es una población que vive en condiciones bastante deplorables, y antes que darle pábulo al afán colonial de decir “esto es mío” habría que preguntarles a los bajireños qué es lo que quieren. Oí a uno responder justo a esta pregunta: “quiero ser colombiano”. Es decir, tener acceso a bienes públicos y horizontes pasables de progreso. ¿Es demasiado? El señor Pérez, en lugar de amenazar con cortarles los servicios a ciudadanos que considera de su propiedad —que es la misma reacción que podría tener Maluma si una de sus babys decide irse con otro—, ¿por qué no llama al gobernador del Chocó, al director del IGAC y al alcalde de Belén, y se sienta a hablar con ellos?

De pronto porque ser razonable le suena poco poético. Bueno: esto debería tener consecuencias políticas. Como Uribe inevitablemente entró al baile —prediciendo que el nuevo mapa auguraba la disolución de la nación—, Prada hizo bien en pararle el carro. Toda la experiencia reciente muestra que si se permite que el embuste gane carta de ciudadanía, seguirá proliferando.

 

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