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Conflictos, vidas

Santiago Gamboa
05 de junio de 2010 - 03:23 a. m.

EL CONFLICTO ES UNA EXPERIENCIA tan vieja como el hombre. Yo quiero esto y tú quieres lo mismo.

Yo la quiero a ella y tú también. Nosotros queremos vivir aquí, donde ustedes viven. ¿Qué hacer? Pedir, combatir, negociar. Yo creo en estos dioses y tú no. Tú estás equivocado y te voy a salvar. Tú tienes comida y nosotros hambre. A ti te sobra. Con el tiempo, el conflicto se vuelve más complejo, pasa de lo individual a lo social. Surge la ambición, la traición. Surge Shakespeare. Tú quieres ser rey y yo también. Tú quieres el poder, pero el poder es mío. Te mato, me matas. No hay acuerdo. ¿Quién lo merece? El desacuerdo provoca guerras y crímenes, pero también la ley. La justicia reemplaza la súplica. Es justo que aquello sea nuestro. Es nuestra tierra. Fui expulsado.

Los conflictos, en el fondo, tienen dos modos de ser resueltos: con la palabra o con la espada. En Shakespeare se impone la espada. Hay justicia poética, hay venganza. Los que han sido ofendidos hunden la daga y se sienten reparados, pero casi siempre, a su vez, mueren. Limpian su honor, pero el escenario queda cubierto de sangre. Por eso el color de Shakespeare es el rojo: el rojo de la sangre. Más tarde, otro escritor también nos habla de conflictos y de vidas. Es ruso y se llama Chéjov. En sus libros, los personajes debaten, pelean, están profundamente ofendidos. Tú tienes eso que no mereces. Dijiste algo incorrecto. Tu hijo fue grosero con ella. El conflicto está ahí, pero ellos deciden hablar, comprender. Y lo logran. En Chejov, a diferencia de Shakespeare, los personajes negocian y llegan a un acuerdo. Los cuchillos no asoman. No retumba un fogonazo. Luego estos personajes se sienten muy frustrados, pues hicieron dolorosas concesiones. No hay justicia poética, sino una escuálida y pobre justicia humana. Ahora regresan a sus casas cabizbajos, tristes… ¡Pero regresan vivos! 

Y de eso se trata, o debería tratarse. En Colombia lo sabemos. Puñales, balas, motosierras… ¿Nos ha dado eso alguna honra? ¿Ha limpiado nuestra dignidad ofendida? ¿Agregar sangre a la vieja sangre? ¿Shakespeare o Chéjov? ¿Justicia poética o justicia humana? Hay quienes prefieren la guerra a la paz, pues en la guerra la violencia se ejerce contra el enemigo, mientras que al construir la paz la violencia se ejerce contra sí mismo, precisamente por todo lo que es necesario conceder y aceptar para que paren las balas. Pero así es la vida cuando nuestro deseo es protegerla. Y por eso la paz es de sabios. Ay, Colombia. Por estos días un candidato repite a menudo una frase: “no es hora de filosofar”, lo que equivale a decir: no es hora de pensar, no es hora de hablar, no es hora de entender ni de aceptar. ¿Y qué hora es, entonces? Escuchen bien, pues en el fondo resuenan cantos marciales: la música de un país donde hablar o filosofar es sinónimo de locura. Donde apostar por la vida y creer en la palabra parece una bufonada. Donde se prefiere el puñal de Shakespeare a las palabras humanas de Chéjov. Escuchen, pues aún se oye algo más. Es la misma voz, aunque en otro registro, que parece decir: quiéranme que yo les regalaré el odio. Quiéranme que yo les daré el miedo. Podrán dormir, porque su ira estará protegida.

 

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