Conservar cuencas no es suficiente

Juan Pablo Ruiz Soto
17 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

La naturaleza parece radical, pero sencillamente es consistente. Es obvio que en la medida en que destruimos los reguladores naturales —bosques, humedales y pantanos—, se multiplican las inundaciones y sequías.

Ante las cada día mayores inundaciones y avalanchas asociadas a las intensas lluvias y desbordamientos de los ríos; o ante la falta de agua en épocas de verano, las reacciones e inversiones predominantes —es decir, a las que se les asignan los recursos disponibles—, buscan atender los desastres y tomar medidas locales con efecto de corto plazo. Acciones focalizadas en el impacto inmediato no mitigan el fenómeno ni buscan manejarlo a largo plazo, ni obedecen a una visión de país.

Muchas veces las obras que se emprenden solucionan o atienden el problema en un lugar, pero lo desplazan y acentúan en otros, especialmente aguas abajo.

Un claro ejemplo es cuando se construyen muros de contención al lado del cauce de un río para proteger viviendas, universidades y cultivos que se han instalado sobre zonas de inundación que se comportaban como reguladores naturales. Un caso concreto es el río Bogotá. Se construyeron barreras artificiales y se dragó, para impedir inundaciones propias de la dinámica natural del río y transformar las zonas inundables en productivos potreros o terrenos urbanizables. El agua que, otrora, en épocas de creciente, iba a los humedales, ahora sigue rauda, moviéndose por ese tubo en que se ha convertido el río Bogotá. Si los muros de conducción están bien calculados y construidos —lo cual no es lo más frecuente— y se han hecho los dragados correspondientes, de manera que la creciente no se desborde, se evitan las inundaciones en la Sabana de Bogotá y se conduce la totalidad del agua hacia el Salto del Tequendama para alimentar el ya crecido río Magdalena. Así, contribuimos a generar inundaciones aguas abajo.

Lo que sucede con el río Bogotá y su complejo de reguladores naturales sucede con muchos otros ríos y humedales de Colombia. Otro ejemplo, la laguna de Fúquene. Su espejo de agua, mediante costosas obras de ingeniería, se ha reducido a una tercera parte de su área original y su capacidad de almacenamiento a menos de la mitad. También tenemos múltiples ejemplos en las ciénagas de las planicies inundables de los ríos Cauca y Magdalena que han sido convertidas en potrero, mediante la construcción de diques o cerrando la boca de conexión entre el río y la ciénaga. Son múltiples los mecanismos utilizados por diversos actores para apropiarse de los reguladores naturales y transformarlos, para beneficio propio y perjuicio de otros, en tierras urbanizadas o de uso agropecuario.

Lo que siempre fue económicamente un desacierto y socialmente una irresponsabilidad, hoy, con los climas extremos asociados al cambio climático, tiene un efecto devastador. Esto exige un cambio de actitud y un esfuerzo mucho mayor, si no queremos tener frecuentes y mayores desastres asociados a la dinámica de la naturaleza, de la cual somos parte y, parcialmente, gestores de su actual transformación. Recuperemos todos los reguladores naturales de nuestro sistema hidráulico y apoyemos artificialmente una mayor regulación con pequeños reservorios en las fincas.

 

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