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Contra la pared

Ana Cristina Restrepo Jiménez
27 de septiembre de 2014 - 01:49 a. m.

Eugenia es madre de nueve, abuela de 28 y bisabuela de 31.

A los 98 años cuenta los días para que una urbanizadora de Medellín proceda a demoler su casa, Algeciras, construida hace siete décadas por su esposo, el finado Faustino Echavarría.

En enero de este año, la firma Coninsa Ramón H.S.A. notificó que a partir de 2015 procederá a construir sobre el terreno comprado a los Echavarría. Como Irene, de la Casa tomada de Julio Cortázar, Eugenia dejará atrás parte de su vida...

Sus relatos vívidos reconstruyen una ciudad ya inexistente, son un viaje a la nostalgia: en su infancia, cuando vivía en La Playa, solía bajar a la Carrera Caldas para encontrarse con su prima y una tía, quien las “gamoneaba” y regañaba en el camino al colegio de las salesianas.

La tía, con quien forjó una relación entrañable, tenía una mano prodigiosa para los bordados y aún más para el arte. Años después del matrimonio de su sobrina, llegó a Algeciras cargada de pinceles y pintó un mural en el comedor. Con el paso del tiempo, se precipitaron nubarrones sepia desde el techo de la casa: al parecer, la humedad arruinó el fresco. La pared fue abujardada, resanada. Pintada de color ocre.

Tres fotografías amarillentas, tomadas a una quinceañera Echavarría, es lo único que queda del bosque de aquel mural.

¿Por qué convertir en muro de los lamentos el de una casona escondida en las colinas de Medellín?

La restauración de murales es una delicada filigrana: diversas disciplinas del conocimiento se entretejen para rescatar el patrimonio. Algunos frescos de Pompeya, por ejemplo, extraídos de las cenizas del Vesubio, ahora están en Nápoles y Berlín. El Museo del Prado conserva los murales de la ermita de la Vera Cruz de Maderuelo (Segovia).

La lista es extensa.

Hace 21 años causó revuelo la venta del edificio del Banco Central Hipotecario a Comfenalco: en 1960, Fernando Botero había pintado un mural en su interior. Recientemente, el inmueble cambió otra vez de dueños. El fresco sobrevive.

Las fronteras entre lo público y lo privado se tornan invisibles cuando se trata de detección y protección del patrimonio.

Otro escándalo fue suscitado por la destrucción del último mural que pintó Ethel Gilmour en la antigua sede del Museo de Arte Moderno (hoy propiedad de la Universidad de Antioquia): La Virgen de Giotto en Medellín. La obra se inscribió en el programa “El Muro”, cuya regla determinaba que los murales participantes podían estar expuestos durante tres meses, luego debían ser borrados.

Podría citar más casos contra la pared en Colombia...

Alegoría a los cultivadores de fique (1947-1948), mural pintado en las instalaciones de la Compañía Colombiana de Empaques, fue restaurado y trasladado a las oficinas de almacenes Éxito.

Todavía hay quienes consideran que ese fresco es el único en el haber artístico de la maestra Débora Arango… la misma tía que, camino al colegio, “gamoneaba” y regañaba a Eugenia Echavarría Arango. 

Ana Cristina Restrepo Jiménez *

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