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Contra la 'Sumisión'

Héctor Abad Faciolince
11 de enero de 2015 - 02:00 a. m.

Yo vivo muy agradecido con la Iglesia Católica y con el cardenal Alfonso López Trujillo. A mis 20 años, feliz de ser joven e irreverente, en la universidad pontificia donde estudiaba, publiqué un artículo en el que insultaba abiertamente al santo padre.

 “La metida de Papa”, se llamaba. Y digo que estoy muy agradecido con la Iglesia porque en ese momento se limitaron a expulsarme de la UPB (con otros tres amigos iconoclastas), cuando según la más rancia tradición católica, lo correcto habría sido quemarnos en la hoguera, someternos a algún escarmiento público, juzgarnos por blasfemia, entregarnos al brazo secular para que nos subieran al potro de tormentos hasta morir de dolor. Pero no, ellos me hicieron el muy sencillo favor de expulsarme, con lo cual entré a una buena universidad, la de Antioquia, y terminé yéndome a estudiar literatura a Italia.

Cito esta anécdota personal porque ilustra bien el cambio benéfico ocurrido dentro de la Iglesia Católica, y dentro de los países católicos, en unos cuantos siglos de evolución cultural. Considero que el catolicismo fue, en buena medida, domado por la reforma protestante y luego por los risueños filósofos de la Ilustración. Tras el cisma protestante, vino el siglo de las luces. Voltaire y Diderot, con la magnífica arma de la risa, le enseñaron a la Iglesia (bueno, al menos a la parte menos oscurantista de ella, a los lefebvristas todavía no) la difícil virtud de la tolerancia: para evitar las guerras de religión había que soportar otras formas de creencia cristiana, y había que soportar también a los no creyentes, a los ironistas, a los ateos, a quienes se burlaban de la religión.

Buena parte del Islam está todavía en la fase medieval de sus creencias. Los tiempos coinciden: la predicación de Mahoma empezó en el año 622. Si le restamos este número a 2014, vemos que ellos están apenas en el año 1392 de su historia: viven todavía en tiempo de cruzadas, de fetuas y Yihad; el Renacimiento apenas va a asomar la nariz, no han descubierto a América, les falta un siglo para Lutero y tres para Voltaire y Diderot. Ensimismados en su credo, no les parece mal castigar con la pena de muerte el adulterio, la blasfemia, la apostasía, el ateísmo. Y sus facciones más extremistas cometen actos de barbarie como los de esta semana en París.

El semanario Charlie Hebdo usaba (¡y seguirá usando, contra todos los fanáticos!), en la mejor tradición ilustrada francesa, la mejor arma para combatir la violencia y el fanatismo: hacer pensar con la risa. Mediante la caricatura y la crítica feroz se reían de judíos, musulmanes, católicos, capitalistas, etc. Esta publicación no es ni mucho menos —como insinúan algunos ignorantes locales— un arma de la derecha racista y colonial. Era (¡y seguirá siendo!) una publicación iconoclasta y libertaria. Para ellos no son sagrados ni el papa ni el profeta ni Israel, y ni siquiera la libertad de expresión —echaron a un antisemita de la redacción—. Todo está sometido al escrutinio crítico, y a la prueba suprema de la burla y el desprecio.

La última portada de Charlie Hebdo, antes del atentado, se refería a una fantasía política —especie de novela futurista— que se publica esta semana en Francia: Sumisión. En ella se reían de su autor, Michel Houellebecq, a quien le auguraban que perdería los dientes en este 2015 y que haría el Ramadán en 2022. Esto último en consonancia con la fantasía catastrófica de la novela, que narra la pesadilla de una Francia gobernada por los islamistas, donde a las mujeres se les paga por no trabajar y donde los profesores universitarios deben convertirse al Islam (palabra que quiere decir, precisamente, sumisión) o renunciar. El terrorismo nos enseña que ha llegado el momento de luchar contra la sumisión. No podemos someternos a su espantoso chantaje. Tanto los musulmanes (muslim quiere decir sometido, rendido a Dios) como los no creyentes tenemos que luchar con la risa y con la razón contra la sumisión.

 

 

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