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Contratación

Lorenzo Madrigal
25 de octubre de 2010 - 02:55 a. m.

CONTRATACIÓN ES UN MUNICIPIO de Santander, comunero, en las cercanías del río Suárez, liberado desde 1962 de la condición de Lazareto o reclusorio de enfermos.

Debe su curioso nombre a que en su territorio se cultivaba la quina y el producto se contrataba, como actividad productiva que fue, en los comienzos de la República.

Era, sin duda, una forma honrada de contratar, de hacer acuerdos comerciales de compra y venta o encargos, los que se cumplían con rigor, en épocas en que también la palabra empeñada era moneda confiable. Las contratas (o contratos) de ahora tiempos difieren en un todo, y por supuesto en el monto, de los convenios de obra de hoy, llenos de intríngulis como anticipos, reajustes, supervisiones y tantos enredos, que hacen imposible detectar en dónde estuvo la pérdida, en qué parte del proceso los contratistas tumbaron a los funcionarios o lo que es más probable, en qué etapa del mismo los funcionarios se cobraron lo suyo, esto es la coima tan acostumbrada como indebida.

Qué ejemplo ofrece Contratación, sencilla y apacible, soleada y recóndita, purificada en el dolor y el aislamiento injusto y hoy próspero municipio en igualdad de condiciones a los demás del territorio.

La política, que se mueve por puestos, los que muchas veces determinan la adhesión o la oposición a los gobiernos, está salpicada en su origen por este apetito desbordado de enriquecimiento, a través de la contratación.

No es ésta la época en que los dineros públicos eran sagrados (como quiso revivirla Mockus, con tanta ingenuidad como pureza de espíritu); en que a nadie se le ocurría que, aparte de su sueldo oficial o de los beneficios lícitos de un contrato, venían ligadas otras utilidades apreciables que, en el concepto generalizado de las gentes de hoy, sería tonto no captarlas.

Tiempos en que Laureano Gómez —hay que nombrarlo, pese al resquemor de muchos escritores jóvenes, que les nace de aprensiones ligeras— se erguía ante las primeras indelicadezas y desafueros administrativos y hacía renunciar a presidentes y a ministros por asuntos que tal vez hoy fueran pecadillos veniales.

Contratación, la imagino recostada en las breñas del norte, resarcida de su dolor humano, sin embargo nunca abandonada del todo del gobierno central y de la acción caritativa y formadora de las comunidades religiosas. Lazareto sí es el país todo, enfermo en el hábito de contratar con comisiones y de saber para qué se ejerce el poder, en cualquier nivel administrativo. Me perdonen los funcionarios probos, que los debe haber, uno que otro, orgullosos en su altiva y solitaria conciencia.

 

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