Crisis de los misiles revisitada

Javier Ortiz Cassiani
14 de abril de 2017 - 11:09 p. m.

Nunca se hace tabla rasa del pasado. La historia siempre deja remanentes, rescoldos de tiempos idos. Por eso es común que alguna gente busque su vocación profética o se esfuerce por encontrar su condición de repetidora de viejos hechos. Lo que ha generado Donald Trump con el bombardeo a Siria y el movimiento de tropas y armamentos hacia las costas del archipiélago coreano, sin duda es un acontecimiento inédito. También fue inédito aquello que los anales de la historia registraron como la crisis de los misiles, cuando, en 1962 —en plena Guerra fría—, los Estados Unidos y la entonces Unión Soviética se mostraron los dientes porque Nikita Jrushchov movió armamento de largo alcance a Cuba.

Fue un hecho inédito, pero es común que se acuda a la experiencia del pasado para explicar fenómenos posteriores. La noción de crisis de los misiles, acuñada a partir de lo ocurrido de 1962, ha sido usada en ocasiones por la prensa y los expertos en geopolítica internacional para entender situaciones más contemporáneas. En 1996 se habló de “nueva crisis de los misiles”, cuando la China realizó maniobras militares cerca de la isla de Taiwán con el fin de impedir la reelección de su presidente. Un año después, la prensa también tituló como crisis de los misiles los movimientos de la marina de Turquía hacia las costas del norte de Chipre en el Mediterráneo, como una forma simbólica de proteger a los turcochipriotas de las medidas del gobierno grecochipriota.

De vez en cuando los guerreros hacen calistenia, sacan las tropas de la modorra, mueven portaaviones, aceitan el armamento, y entonces el mundo recuerda, en los tiempos del WhatsApp y la hipercomunicación, los viejos tiempos del teléfono rojo y los espías cosmopolitas con portafolios aferrados a la muñeca. Ni Trump es Kennedy —por supuesto— ni Putin o el norcoreano Kim Jong-un son Jrushchov. Son otros tiempos. A veces el uso de la historia como estrategia comparativa resulta tan maleable, ambiguo y acomodaticio como el ejercicio de corroborar las profecías de Nostradamus.

Pero sin duda la presencia de Trump en la Casa Blanca, las acciones bélicas de los últimos días y la retórica que suele usar para manejar esta situación, recuerdan los tiempos de la Guerra Fría. No será Kennedy, pero sí tiene mucho de Reagan. Los Estados Unidos han movido casi 30.000 hombres, portaaviones, submarinos de ataque, escuadrones de aviones y han instalado en un sistema de defensa antimisiles cerca de Corea del Norte. La vieja práctica de la guerra norteamericana allende los mares está aquí. La experiencia de la guerra, salvo el caso bastante particular de Pearl Harbor y los ataques el 9/11, nunca ha ocurrido en territorio norteamericano, y eso, por supuesto, da una visión diferente de ella.

Los norteamericanos nunca han sentido el bombardeo incesante sobre sus cabezas ni su patrimonio arquitectónico ha sido destruido por las bombas y los misiles. Trump asume la guerra como un aficionado al juego de Monopolio y siente nostalgia por la vocación bélica de los Estados Unidos en su época escolar. Mientras tanto, el mundo permanece en tensión y la crisis de los misiles parece revisitada, otra vez.

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