Leo con interés y admiración las columnas de Mauricio García Villegas en El Espectador, casi siempre equilibradas y llenas de ponderación y sólidos argumentos.
En primer lugar, en el Evangelio, Jesús se pronuncia contra el divorcio: “El que repudia a su mujer por cualquier causa y se casa con otra, comete adulterio”. Y en segundo lugar, Jesús no sólo rechaza el adulterio de hecho, sino incluso el de intención o de deseo. “El que mira a una mujer casada con deseo, ya adulteró con ella en su corazón”.
De modo que la moral de Jesucristo no puede ser más exigente y, como broche, la condena más terrible que pronuncia lo hace contra los pederastas: “Cualquiera que escandalice a uno de estos pequeños, más le hubiera valido que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar”.
Tampoco es cierto que San Pablo rechace lo corporal como sucio, sino que valora más el celibato con el fin de que el apóstol pueda dedicarse plenamente a su ministerio, a la predicación del Evangelio. Cuando rechaza la fornicación, lo hace más bien exaltando la condición sagrada del cuerpo humano: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son templos del espíritu?”.
Cuando se pueden consultar los textos mismos, es mejor recurrir a ellos que buscar interpretaciones de segunda.
Francisco Tostón de la Calle.
Bogotá.
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