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Cristo, la cruz y el signo +

Santiago Gamboa
04 de abril de 2015 - 03:00 a. m.

CADA AÑO, POR ESTAS FECHAS, EL calendario nos obliga a recordar a ese increíble personaje llamado Jesús, cuyas ideas revolucionarias acabaron fraguando uno de los más grandes imperios, tal vez el más contradictorio y longevo de Occidente, que ha sido por igual despótico y generoso, amigable y cruel.

En el Corán Jesús es uno de los profetas anteriores a Mahoma y aparece con el nombre arábigo de Ysá bin Mariam, es decir “Jesús hijo de María”; en ese texto se describe la peregrinación que, siendo niño, hizo con su mamá a la cueva de Abel, en las cercanías de Damasco, una región en la que todavía hoy, aunque en minoría, se sigue profesando con intensidad el cristianismo. En un reciente viaje al Líbano, saliendo de una mezquita en Beirut, alguien me preguntó por mi fe. Al responder que era ateo la persona quiso saber: “¿Y el señor es ateo cristiano o ateo del islam?”. Precisé que creía en Jesús, pero como filósofo y humanista, no como hijo de ningún dios, ni que fuera concebido por el Espíritu Santo y mucho menos que resucitara. Nada de eso, pero sí un gran revolucionario que murió por sus ideas, asesinado por el poder al que esas ideas incomodaban. Una historia que se ha repetido en el mundo una y otra vez.

El paso del tiempo, que es el tema central no sólo de la novela y toda la literatura, sino también del arte, la filosofía y las religiones, convirtió esos hechos antiguos en un planeta lejano, un asteroide perdido en la inmensidad del universo del que sólo tenemos noticia por la memoria escrita. Es desde allá y gracias a la religión que nos llegan los ecos de la asombrosa vida de este hombre. ¿Qué habrá pasado realmente para que se diga que resucitó? ¿Robaron su cuerpo de la tumba? ¿Se despertó de un episodio narcoléptico y se fue? Nunca podremos saber qué sucedió con ese cuerpo herido en la cruz por la lanza del soldado Longinos (de ahí que los relojes Longines usen lanzas en sus manecillas). En la ciudad de Srinagar, en Cachemira, al norte de la India, hay una tumba que, dicen, es de Jesús. Al parecer, luego de resucitar regresó a la India, donde había estado de joven aprendiendo preceptos budistas. No hay modo de saber a ciencia cierta qué pasó con él. Por eso Tertuliano, refiriéndose a la resurrección de Jesús, dijo su famosa frase: “Es cierto porque es imposible”. Pero como escribió Lezama Lima, acá estamos ya en el dominio de la poesía, que es otra forma de interrogar el pasado.

¿Qué pensaría hoy Jesús si volviera a la vida, al ver el enorme poder de la Iglesia que lo reivindica, tan alejada y por momentos tan contraria a sus enseñanzas? Se quedaría atónito al ver que gran parte de la gente más intolerante y menos generosa de este mundo lleva colgado al cuello un crucifijo y menciona su nombre sin cesar. No hay duda de que hoy Jesús volvería a ser asesinado, ya no en la cruz sino de un tiro en la nuca. Para el cristianismo la cruz simboliza el sacrificio del dios que vino al mundo a morir por los pecados del hombre, pero los pecados siguen allí y el hombre no ha mejorado. En aritmética, la cruz equivale al signo más (+) de la adición. Tal vez una invitación a “sumarse” a aquellos que, como Jesús, creyeron en la salvación a través de una utopía: la generosidad y la reconciliación con el enemigo.

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