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Críticos

Fernando Araújo Vélez
04 de enero de 2015 - 02:00 a. m.

Soy crítico, dicen, y lo aseguran en tono de solemnidad. Soy crítico, dicen, y miran por encima del hombro al resto de la humanidad (como todos los que critican), comenzando por aquellos que se atrevieron a crear.

Soy crítico, dicen, sin siquiera acercarse a la vida y las pulsiones y las derrotas y el dolor y los desvelos de un creador, que en últimas, son los ingredientes de una obra. Habrá que imaginarlos con gesto de indignación porque alguien se ha atrevido a hablar de utopías, por ejemplo, sin conocer la etimología del término ni las decenas de libros que se han escrito al respecto. Habrá que imaginarlos con pose de críticos, vestidos con la verdad que, creen, les pertenece, argumentando y decidiendo lo bueno y lo malo de las obras y los diseños y las películas y la música de acuerdo con sus propios postulados, vendidos a veces al mejor postor.

Viven en el ayer y sus herramientas para juzgar vienen del antes de ayer. Por eso sólo les agradará lo nuevo que esté empacado en vetustos estuches y sólo aplaudirán lo que se nutrió de los clásicos. Los clásicos son su manual. Los clásicos son sus referentes, y en ese evaluar desde el pasado acaban validando el arte como un eterno retorno, y en el eterno retorno no hay posibilidades para lo novedoso. Califican, o mejor, descalifican, pero pocas veces se atrevieron a escribir un cuento. Pocas veces intentaron pintar una flor o crear el guión de una película, tal vez por miedo a los otros críticos. Si alguien les recuerda que la crítica debería ser una creación sobre la creación, como decía Oscar Wilde, murmuran que Oscar Wilde era ligero, o en el peor de los casos, lo estigmatizan con un anacrónico “era homosexual”, como si la condición sexual tuviera que ver con el intelecto.

Soy crítico, dicen, pero sus críticas, en lugar de motivar a leer, a ver, a escuchar, a sentir, son cuchilladas para los que crean y para los que buscan algo más que compras, fútbol, fiesta y chismes. Soy crítico, dicen, arrogantes, y sólo atinan a mirar sus cuadros y su biblioteca cuando alguien les recuerda que un crítico de apellido Sainte-Beuve dijo que Stendhal era un payaso que jamás podría hacer una obra medianamente considerable, que un crítico sentenció a Brahms al infierno de la música, que un crítico llamado Henri Ghéon escribió que Marcel Proust se había “encarnizado en hacer lo que es propiamente lo contrario de una obra de arte, el inventario de sus sensaciones, el censo de sus conocimientos, en un cuadro sucesivo, jamás de conjunto, nunca entero, de la movilidad de los paisajes y las almas”. 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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