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Cromosoma WIN

Alberto Carrasquilla
03 de julio de 2014 - 04:35 a. m.

Entre las cosas más importantes que aprenderán nuestros tataranietos sobre este 2014 en marcha se van a destacar, creo yo, las lecciones que sus difuntos ancestros sacamos gracias a los muchachos de la selección que en ese pasado ya remoto se batió gloriosamente a lo largo y ancho del enorme continente Brasileño. Se me ocurren cuatro.

La primera es tan obvia como difícil de asimilar en un país que pareciera empeñado tan frecuentemente en todo lo contrario y fue anticipada, valga decirlo, por el legendario Kid Pambelé. Resulta mucho mejor ganar que perder. Es mejor ser rico que pobre, punto. La selección ha descubierto un componente de nuestro ADN nacional, el cromosoma WIN, digamos, y con ello nos ha tocado una fibra a todos y ojalá nuestros tataranietos concluyan que ganar en grande nos quedó gustando y que actuamos en consecuencia.

La segunda lección es que gozar todo lo que se goza al amparo de la victoria implica competir con los mejores entre los mejores. Nuestros tataranietos habrán de analizar la ausencia de sus ancestros en los torneos de 2002, 2006 y 2010 y habrán de atribuirlo, ojalá, a causas hondas que ayudan a explicar otros múltiples fracasos sufridos, reiteradamente también, por fuera de la cancha. Ya Natalia Springer lo captó el otro día diciendo que “Bendito el día que salieron” todos los de “la rosca”. Es decir, bendito el día en que sacamos a los empeñados, desde los escritorios de la burocracia, desde los micrófonos y desde todo lo demás, en tapar con un dedo ese sol enorme que es la globalización del deporte y tapar con otro dedo la necesidad que tiene cualquier ganador serio de abrazarla con respeto, entusiasmo y sinceridad. Ojalá nuestros tataranietos concluyan que sus ancestros aprendieron que el cromosoma WIN no encuentra expresión plena en cancha distinta a la cancha de los mejores del mundo y que se pudre en la mediocridad de toda parroquia ensimismada.

La tercera lección es que el hecho de que el fútbol sea un negocio y el hecho de que sus mejores exponentes sean hombres inmensamente más ricos que el ciudadano de a pie, ni quita ni pone. Los millones y millones que reciben los muchachos provienen, en últimas, de personas felices de pagar dinero contante y sonante por el privilegio y el placer de verlos jugar y ninguno de esos dólares le quita un ápice a la alegría que nos generan como tampoco el que decidan gastarlo así o asá le resta un milímetro al júbilo que producen sus hazañas. El ciudadano de a pie es mas mucho mas pobre que James, Ospina y Pekerman y eso a todos nos importa un pito, por fortuna. Ojalá nuestros tataranietos concluyan que sus ancestros aprendimos que el ánimo de lucro es íntimo amigo del cromosoma WIN, que lo complementa y expresa a la perfección y que, aunque en ocasiones produce desvaríos innegables, pretender atajarlo ex ante es una estrategia perdedora y de bolillo.

La cuarta lección es que el dilema entre el arte y la ciencia, entre el corazón y el cerebro, entre el resultado y el transcurso que presuntamente tenía al juego dividido en la dicotomía inexorable de los unos y los otros, resultó ser un falso dilema mas. Los resultados mas hermosos y los logros mas exquisitos exigen del ganador y en creciente intensidad, el día tras día de la disciplina más férrea, el análisis frío, la computadora y la estadística. Empresas como Opta, Amisco y muchas otras, especializadas en capturar y analizar cifras que se producen minuto a minuto en la cancha de juego, son parte cada vez mas fundamental del avance del arte del fútbol y de nuestra capacidad de apreciarlo apasionadamente. Ojalá nuestros tataranietos concluyan que sus ancestros aprendimos que el cromosoma WIN no se expresa en bellos propósitos carentes de soporte en la evidencia. Ojalá concluyan diciendo que sus ancestros aprendimos que implementar a ciegas es un desafuero en el mejor de los casos y un despilfarro en el caso general.


@CarrasqAl

 

 

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