Cuaderno

Oscar Guardiola-Rivera
15 de febrero de 2017 - 03:00 a. m.

¿Para qué llevar un diario? ¿Qué sentido tiene coleccionar las experiencias y aconteceres diarios en un cuaderno de campo como hacen los antropólogos y Walter Benjamin?

“Roland Barthes perdía la paciencia y la esperanza cuando pensaba en mantener un diario. Demasiado aburrido. Demasiado frustrante”, escribe el antropólogo Miguel Taussig aludiendo también a los cuadernos de sus múltiples  exploraciones en Colombia. “Pero lo que le resultaba interesante era la satisfacción que provoca el despertar una memoria al releer esos cuadernos varios años después. No por lo escrito allí, sino mas bien por lo que ocurre entre líneas”. Barthes especulaba acerca de una memoria que tiene lugar al lado de lo que uno expresa. “Es el papel del fantasma, de la sombra”, decía.

Pienso en ello, en el fantasma, en la evocación no intencional de una memoria o una especulación mientras el artista colombiano residente en Londres, Oscar Murillo, me muestra uno de sus cuadernos. Murillo, quien ha sido llamado “el Jean-Michel Basquiat del siglo veintiuno”, ha producido unos treinta de los quinientos cuadernos que tiene proyectado llevar a cabo durante el tiempo que resta de su práctica artística.

Sería un error considerarlos como un archivo de dicha práctica, pues el cuaderno es la práctica misma. Dicha práctica tiene lugar mientras el artista se mueve a través de esa “línea ecuatorial del arte” como Murillo la llama, que son las ferias y bienales de arte, y frente a las cuales él mantiene una posición crítica pues son un invento de occidente; uno de esos cuestionables intentos que occidente repite una y otra vez para definir su identidad supuestamente auténtica al tiempo que niega la de los “otros”. De allí el título del cuaderno de Murillo: “Them”.

“Occidente es un pene salivando siempre presto a penetrarlo todo. Lleva haciéndolo más de quinientos años”, afirmó de manera controversial durante una charla en Hong Kong el año pasado. Su intención era llamar la atención sobre el hecho de que los artistas jóvenes, en particular los latinoamericanos, siguen haciendo arte en el nombre del padre europeo. Quizás otro tanto pueda decirse de varios escritores, intelectuales y opinadores entre nosotros. Si se toman en cuenta los centros de producción de la industria literaria en las Américas (incluyendo la política, la filosofía y otras formas de no ficción, las ferias y festivales, etcétera) quizá resulte válido plantear la cuestión acerca de si nos pensamos desde España (desde el diario El País y el Grupo Prisa, para ser más exactos) o Euro-América en general.

El punto no es apelar a una supuesta autenticidad latina, sino más bien criticar toda apelación a la autenticidad y la autoctonía. Allí comienza la oposición intelectual y política real contra los Trump, Le Pen y Temer de nuestra época.        

 

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