Cuando el fútbol rescata a la política

Eduardo Barajas Sandoval
14 de julio de 2014 - 11:55 p. m.

El fútbol es una versión contemporánea de las causas que en otra época convocaban el concurso de los mejores guerreros. Cuando los equipos representan naciones, ese deporte más que ningún otro adquiere dimensiones nuevas que lo acercan, así no se quiera, al conjunto de los símbolos de la política, porque entra a formar parte del imaginario y de los sueños colectivos. Es capaz de poner juntos a los militantes de las tendencias más apartadas. Frecuentemente consigue convertirse en factor de verdadera unidad nacional. La prueba es que todos nos congregamos fácilmente en torno al equipo que representa nuestra nación, sin límite alguno de edad ni de ninguna otra circunstancia.

Sin que haya fórmulas precisas, y sin que sea fácil probar en qué medida, el fútbol puede producir efectos en los procesos electorales cuando se cruza con ellos. Es entonces cuando se especula si termina por ayudar a sobreaguar o a hundir a los políticos, que jamás osan ir contra la corriente del sentimiento alrededor del deporte, salvo contadas excepciones. Y que, por el contrario, no ahorran esfuerzo por atribuirse una que otra contribución a ese éxito que congrega la realización popular de propósitos que jamás se consiguen en otros campos.

Dilma Roussef, la inverosímil presidente del Brasil, y Ángela Merkel, la consolidada Canciller alemana, estaban en la tribuna del Maracaná con un ojo puesto en la final de la Copa del Mundo y el otro en las elecciones que a cada una le esperan. Elecciones que les permitirían continuar en el poder y en las que las especulaciones sobre los efectos del resultado de sus equipos en el Mundial no dejan de ocupar un lugar destacado.

Merkel, considerada por muchos como “la mujer que es el onceavo jugador del equipo”, debido a su afición desde cuando era una desconocida, también espera réditos de la ola de satisfacción que genera la cuarta estrella. Eso porque ya se sabe que hasta ahora su apoyo popular sube o baja según los resultados de la selección. Y la fotografía rodeada de los campeones, que habrán visto millones de votantes alemanes, no dejará de constituirse en factor de significación política que de pronto le alcanza hasta las elecciones.

Roussef se jugó a fondo para atender el compromiso de realizar el campeonato, no solo de manera decorosa sino con la tradicional marca brasileña de aparentar que su país ya forma parte del club de los grandes. La reacción popular por las inversiones desproporcionadas en infraestructura, que pusieron en evidencia las falencias en los esfuerzos de inversión al servicio de amplios sectores de la sociedad, alcanzó a poner a su gobierno contra la pared de manera que, se decía, sólo la conquista de campeonato por la selección nacional podría subsanar.

Algunos británicos dicen que se trata del mito de “sentirse bien” como consecuencia del resultado deportivo, que puede conducir a que los votantes, que en gran medida son al mismo tiempo aficionados cuando se trata del equipo nacional, tenderían a sufragar para que las cosas sigan como van, porque tienen la sensación de que van bien. Aunque en política pura y simple lo que es bien para unos resulta nade menos que lo contrario para los otros.

Nada de raro tendría que las elecciones alemanas resultaran favoreciendo a la Señora Merkel, que por lo demás tiene muchos otros argumentos y realizaciones en su favor. El caso de Dilma es más incierto. Pero hay que reconocer que a pesar de la derrota y la humillación, el Mundial pudo producir por encima de ellas en todo Brasil un inesperado sentimiento de unidad. Algo que en términos políticos tiene enorme valor y que, en términos más profundos estaría como logro por encima de la tendencia de la futura elección presidencial.

El resultado del partido de Colombia contra Grecia justo el día anterior de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales colombianas no dejó en su momento de entrar dentro de los cálculos de los analistas, sobre la base de que un país triunfante después de tantos años y tanta expectativa, votaría de una u otra manera según amaneciese el domingo con el ánimo de vencedor o de vencido. Especular ahora sobre la forma en la que el ánimo nacional por la victoria futbolística incidió en el resultado electoral puede resultar ocioso.

Pero en cambio sí hay algo nítido y es que los jugadores del equipo de Colombia se convirtieron en el símbolo de un nuevo país: luchador, limpio, fresco, con sentido de equipo, con capacidad para afrontar sin complejos y con solvencia compromisos difíciles en el escenario internacional y con una forma de jugar con vigor, alegría y limpieza que le merecieron ser reconocidos como ejemplo del “fair play” entre todos los equipos del campeonato. Cosas todas estas, y particularmente la última, que ojalá lleguen a permear cuanto antes el ámbito de la vida política colombiana, porque es un requisito fundamental para la verdadera paz.
 

 

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