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Cuando el río suena

Gonzalo Silva Rivas
17 de septiembre de 2014 - 01:55 a. m.

Más de la mitad de los ríos y canales del mundo se encuentran contaminados y agonizan lentamente.

Sin embargo, algunos países y ciertas grandes metrópolis, en su mayoría localizados en el continente europeo, no han ahorrado esfuerzos para habilitar los cauces de los suyos y transformarlos en estratégicas autopistas fluviales y en seductores escenarios para la práctica responsable del turismo y la aventura.

Navegar ha sido una pasión innata del hombre desde el comienzo de la humanidad. De ahí que a lo largo de la historia de la civilización la conquista de los ríos y los mares refleje en cierta forma el espíritu de cada sociedad y su capacidad de interpretar el mundo. En un planeta compuesto de agua en las tres cuartas partes de su superficie, la navegación más que una forma de transporte es un desafío hacia el progreso.

Por eso, la decisión de voltear las oscuras páginas de importantes ríos moribundos por la acción de la contaminación, el cambio climático y los desastres ecológicos y ambientales, es consecuente con la salud y la vida del planeta, la preservación del medio ambiente y los procesos de transformación socioeconómica de la humanidad.

En Colombia, ríos como el Magdalena, Bogotá o Cauca sufren los estertores del envenenamiento, pero no son menos de 30 los afluentes principales que corren el peligro de extinguirse. El diagnóstico para 2050 determina que el 60% de los páramos colombianos habrán desaparecido. Las ironías de un país privilegiado con la abundancia de recursos hídricos que hace 25 años ocupaba el cuarto lugar en el mundo en volumen de agua por unidad de superficie, y que hoy se descuelga más allá del puesto 20.

Devolverle la navegabilidad al Magdalena, como lo acordó el Gobierno Nacional el pasado fin de semana, tras la firma de un contrato por $2.5 billones, será de por sí un hecho histórico, vital para la economía y el desarrollo del país. Su aporte actual ya es elocuente. A lo largo de sus 1.500 kms de recorrido influye sobre un área aproximada de 250.000 kms2, en la que se enclavan cerca de 700 municipios y habita el 70% de la población nacional. Además, responde por el 70% de la producción hidroeléctrica y el 85% del PIB.

Faltará esperar que para 2027, cuando terminen las obras -si la corrupción no les ahoga este sueño a los colombianos-, el Magdalena se encuentre transformado en una limpia fuente de agua de cauce abierto, bordeada de espacios verdes, con suficiente capacidad de abastecimiento, y tan parecido y rentable a buena parte de los grandes ríos de Europa Septentrional, Reino Unido o Francia. Un canal navegable surcado las 24 horas al día por grandes barcos de carga y pequeñas embarcaciones de recreo y turismo, que favorezca el desarrollo cultural y productivo de sus 129 pintorescas poblaciones ribereñas.
Parodiando un popular refrán, el país guarda la esperanza de que de su principal arteria fluvial pueda decirse literalmente que cuando el río suena, agua lleva… y turismo atrae.

gsilvarivas@gmail.com

 

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