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Cuando la crueldad se hace costumbre

Catalina Uribe Rincón
18 de diciembre de 2014 - 04:00 a. m.

En 1927, en Bath, Michigan, ocurrió uno de los ataques dentro de un colegio más sangrientos en la historia de EE.UU.

Un ciudadano americano, inconforme con sus impuestos, puso una bomba en el primer piso de una institución educativa. En el atentado murieron 45 personas. A partir de esa fecha se desataron una serie de sangrientas matanzas a lo largo de los colegios de EE.UU. y Canadá llegando a su clímax en 1999 con la famosa masacre de Columbine. Este evento fue el detonante para que las masacres dentro de colegios dejaran de ser consideradas como episodios aislados y empezaran a ser estudiadas como fenómenos sociales. Sólo en el 2014 ya van 22 ataques en colegios norteamericanos.

El martes pasado ocurrió uno de los peores atentados en la historia de Pakistán: varios integrantes de un grupo talibán asesinaron a 141 estudiantes de secundaria. El objetivo de dicho ataque difiere de las masacres mencionadas con anterioridad. Mientras en el primer caso quienes perpetúan el ataque son personas desadaptadas que deciden desfogar su ira contra instituciones educativas; en el segundo, el objetivo es parte de una estrategia militar. En una entrevista hecha por ABC News el profesor Willliam Maley dio, entre otras, una razón simbólica por la cual los talibanes cometieron esos crueles asesinatos: “la habilidad de atacar contra un blanco como este, simboliza la inhabilidad del Estado en Paquistán para proveer protección a ciudadanos regulares”.

Esta última razón es preocupante por varios motivos. Episodios aislados como el del contribuyente desadaptado que se repiten una y otra vez terminan por convertirse en fenómenos sociales que seguirán inspirando a otras matanzas del mismo estilo. En el caso de los conflictos internos estamos enfrentados ante un brutal modus operandi. Durante un tiempo se dispararon las acciones contra embajadas y edificios del Estado, luego se pasó a medios de transporte y espacios públicos, ahora vamos en colegios. Si no ponemos severos vetos morales la masacre de Pakistán podrá convertirse en el inicio de una cadena de maldad. Por otro lado, y lo que hace el asunto más complejo, escandalizarnos masivamente es ser micrófonos del miedo que los terroristas buscan propagar. ¿Cómo evitamos entonces que la escuela de Pakistán no desate el mismo fenómeno que la masacre de Bath?

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