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Cuando los grandes se preocupan

Juan Manuel Ospina
29 de enero de 2015 - 04:00 a. m.

Hay movimientos telúricos, de fondo, en nuestro cada vez más golpeado planeta – que la inmortal Mafalda solía representar con un mapamundi con bolsa de hielo encima del chichón -.

Hoy se vive el crecimiento desbocado e ilimitado de la población, de los problemas sociales y ambientales, de la inequidad y de la riqueza.

Christine Lagarde, directora del ortodoxo Fondo Monetario Internacional, el billonario Bill Gates y el académico Thomas Piketty coinciden en que la desigualdad y la inequidad galopante amenazan a la sociedad, a la democracia y al mismo capitalismo. La lucha contra la inequidad parece que deja de ser una bandera de la izquierda, simple protesta marginal de románticos soñadores. Piketty recordó que el capitalismo es intrínsecamente concentrador de la riqueza y que por consiguiente requiere de la política fiscal para equilibrarse. Lagarde, en un interesante debate de la BBC en Davos, resaltó que el tema finalmente dejó de ser un asunto secundario para ingresar al debate central (“main stream”). Para Bill Gates, comentando el estudio de Piketty, los altos niveles de desigualdad riñen con el sentido igualitario de la democracia, anulan los incentivos económicos e inciden en las decisiones políticas, en detrimento del interés general. Una desigualdad que crece aunque mejoren los indicadores cuantitativos mundiales de la pobreza.

La riqueza no solo está hiperconcentrada en términos de las personas, también de los países y regiones del mundo. Una consecuencia de ello es la presión de los pobres sobre las fronteras de la riqueza – en el Mediterráneo y en el río Grande - para huir de una vida privada de toda esperanza. El conflicto con el mundo musulmán, aunque sea de naturaleza cultural, nacido de la “civilizadora” pretensión occidental de imponerles su concepto de modernidad con el total irrespeto a su identidad y autonomía, tiene raíces económicas – el petróleo y la conquista de mercados –. La constatación de la sinrazón y fracaso de las guerras norteamericanas en el Oriente Medio – Afaganistán, Irak, Siria -, con consecuencias profundamente desestabilizadoras, regional y mundialmente, impone la exigencia de replantear todo el asunto, pues hoy se avanza hacia una sin salida sangrienta; ello incluye el interminable conflicto entre los derechos de palestinos y judíos.

Las elecciones griegas del pasado domingo condensan la actual coyuntura mundial. En Grecia, la situación había alcanzado un límite; llegó a donde llegó por la irresponsabilidad económica y política de dirigentes políticos, técnicos, banqueros y empresarios, no solo griegos sino del resto de Europa, hasta que el domingo el ciudadano de a pie, por encima de su orientación ideológica, dijo basta. Fue un grito de rechazo ciudadano y de afirmación nacional contra un ajuste salvaje, producto de una visión dogmática y sesgada de las realidades económicas, especialmente la de los alemanes – democristianos y socialistas unidos –, nacida de su aversión a la inflación como reacción visceral a la pesadilla hitleriana, en buena medida hija de otra inflación, y por la presión de grandes intereses bancarios e industriales germanos comprometidos en Grecia, que reclaman “su plata”.

El nuevo primer ministro, Alexis Tsipras tiene un plan de acción que parte de reconocer la tragedia social nacida del ajuste económico draconiano: cupones de alimentación, reconexión al servicio de energía domiciliaria, atención médica gratuita…; adicionalmente, creación de 300.000 puestos de trabajo, restablecimiento del salario mínimo, tope del 30% de los ingresos personales anuales para el pago de las deudas. Reclama que a la deuda externa griega se le dé el mismo tratamiento que recibió la alemana después de los estragos de la segunda guerra mundial: condonación de más del 50% de su valor nominal; la directora del FMI, consistente con su planteamiento en Davos, considera factible al menos discutir el asunto.

En el fondo, Tsiras busca rescatar la dignidad y soberanía del pueblo y la democracia griega y que cada una de las partes asuma sus responsabilidades y no solo los griegos de a pie, para que Grecia deje de ser el chivo expiatorio del desajuste y de los excesos que en los últimos años se apoderaron del mundo. Se perfila en muchos temas críticos, una nueva agenda mundial. Definitivamente, el mundo se mueve.
 

 

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